Dramaturgo

El asesino coloca una carta de baraja, un as, dos, tres, cuatro... de copas junto a los cadáveres que va sembrando en su periplo. Una señal con forma de naipe y un cuerpo tendido en el suelo.

En Arganda del Rey las noches de marzo son cuchilladas de viento serrano. Son noches desabridas y congeladas por el granito de sus casas y por los pasos tambaleantes de los que beben vino aguado en sus tabernas. En su plaza hay un monumento al toro y un ayuntamiento con pinta de sucursal de caja de ahorros. Hay una iglesia con atrio y escalera, y un restaurante oscuro y vacío donde asan corderos y cuecen pan. Más allá del granito no hay un alma, todos duermen, nadie se asoma cuando se escuchan gritos desesperados. ¿Hay mejor escenario?

En Arganda del Rey han aparecido el tres y el cuatro de copas junto a un hombre muerto de un disparo en la cabeza y una mujer que malherida lucha por su vida en un hospital, también recibió un disparo en la cabeza.

En la noche solitaria de Arganda, esa noche que se prolonga por urbanizaciones fantasmagóricas y clónicas que han alejado al Jarama de su cauce tradicional, la sombra del asesino escapa del lugar del crimen. En su bolsillo el criminal lleva una carta de baraja o muchas más hasta llegar al rey de copas. ¿Arganda del Rey? El rey de Arganda fue Felipe II, aunque el señor de Arganda fuese el duque de Lerma. El rey de la baraja, el rey de copas ¿tenía su destino en Arganda?, ¿llevaba ocho cartas en su bolsillo el criminal para completar su juego al llegar al rey? Las noches de Arganda no tienen nombre y están encerradas por autopistas y raíles. Entre ellos, entre las brumas, camina un asesino con el rey de copas en el bolsillo.