TTtérmini a las 11,30. Estamos en el tren que viaja hacia el sur y que nos llevará a Napoli. Italia es una sucesión de parcelas cultivadas y casas de campo. A veces he visto rebaños de ovejas (peccore) pero aún ni una de esas famosas búfalas de las que se extrae la leche para la mozzarella. A la izquierda, al fondo, una cadena montañosa (¿los Apeninos?), y a la derecha, la llanura hasta el mar.

En la carrozza (vagón) que ocupamos, una italiana locuaz y dos jóvenes parlan incesantemente hasta que conectamos con ellos, y luego ya la afabilidad total y el afecto. Son así. Nos bajamos en Napoli y ellos siguen hasta Calabria. "¡Ciau! ¡Ciau, amici! ¡Un piacere! ¡Ci vediamo! ¡Grazie per tutto!".

Estación Garibaldi. El taxista napolitano habla en un dialecto ininteligible, mientras conduce, en un increíble desorden de coches, autobuses y peatones absolutamente desproporcionado. ¡Esto es Napoli! La basura se amontona en las esquinas, y ya habrá quien venga a por ella.

Corso Umberto, calle de Luigi Palmieri. Obras, obreros (opperatori), andamios, taladradoras, ruido, voces, coches sin fin, motoristas (motorini), el pandemonium universal. Enfrente, el enorme edificio de la Università Federico II. Caminamos hasta la Piazza Plebiscito, amplia, grande, despejada casi en su totalidad, excepto por la estatua ecuestre del rey Carlos III, ¡sí, el Borbón! que luego fue rey de España. Y un buen rey, por cierto.

Pasamos antes por la maravilla de la Galería Umberto, el ayuntamiento, Via Toledo, y al fondo las calles estrechísimas que suben al Quartiere degli Spagnoli. Allí estaban, hace siglos, aquellos famosos tercios.

De pronto una agradable sorpresa: Via Miguel Cervantes Saavedra, y una enorme placa con un texto del "Viaje al Parnaso", donde el padre de don Quijote alaba la ciudad del Vesubio. Qué estupenda gratitud la de los napolitanos que, bien alto y bien claro, se sienten orgullosos de que una eminencia como Cervantes anduviera por sus calles y dejara recuerdo agradable de la ciudad y de sus gentes.

Los napolitanos se libraron de los Borbones, pero la huella de España perdura y lo hará hasta el final de los tiempos.