TPtor la mañana visitamos el Duomo, otra fastuosa obra de arquitectura que alberga la imagen de San Genaro, el santo de la ciudad. Luego, callejuelas atestadas de viandantes, charlatanes, motorini y coches. Recorremos Spacanapoli, una calle larguísima y estrecha con todo tipo de gentes y comercios. Se alarga, casi, de una punta a otra del Nápoles histórico.

Pero Nápoles no es sólo historia. Un funicular nos sube a Castel de Sant Elmo y desde allí disfrutamos de la visión de una preciosa panorámica: la ciudad, la bahía y, al fondo, el enorme Vesubio. ¡Cada vez que pienso en aquellos cientos de españoles de botal altas, calzas, cuera, espadón, y en el cinto la vizcaína, por si acaso!

Hemos caminado desde allí arriba, con la brisa fresca de la mar en el rostro, hasta el Vómero, barrio noble de casas espectaculares y de comercios y tiendas magníficos de todas las modas y colores. En un metropolitano recentísimo, de estaciones con colorines rosas, hemos regresado a la plaza de Bobio, la Università y, por fin, Corso Umberto.

Dice Aleksander , el mozo polaco que vive con Rodrigo , que, con todo su barullo y sus inconvenientes, Nápoles es su ciudad. ¿Y para quién no, amigo mío, con veintitantos años universitarios en estas gráciles perspectivas?

Por la tarde caminamos, de paseo, por el castillo que hay en el puerto: Castel Nuovo, y luego por Parténope, especie de malecón par de los barcos. ¡Parténope! Dice la bellísima leyenda que ese era el nombre de una sirena que, enamorada de Ulises y desdeñada, vino a morir a la bahía y en su honor se levantó la primitiva población.

Desde allí, por una calle de modas: Gucci, Prada, Hugo Boss y cosas de esas, hasta la plaza del Plebiscito, con la estatua de aquel rey napolitano y español que fue Carlos III .

Una pizza marinara , grande como la plaza de Las Ventas, en De Michele , local de raigambre que luce aura de cuna y prestigio de calidad. El sabor intenso del pomodoro se mezcla divinamente con la suavidad de una mastro azzurro rubia y deliciosa. Hay que disfrutar de estos nuevos sabores, porque cuando volvamos tal vez no podamos ya nunca más deleitarnos con estas prendas y aromas napolitanos.