Entre las muchas cosas que hemos aprendido como sociedades urbanas, de la nueva realidad provocada por la pandemia del coronavirus, una de ellas es que, en ausencia humana, las especies autóctonas colonizan el espacio urbano. Son diversas las citas de presencia en entornos urbanizados de garzas, zorros, jabalíes, corzos, erizos y otras especies que, sin la presión antrópica, se han movido a sus anchas entre nuestros coches y viviendas.

Sin reducir ni un ápice la gravedad de la pandemia y sus efectos letales sobre la población humana, no vamos a dibujar escenarios apocalípticos donde nuestra especie desaparece del planeta y las poblaciones de plantas y animales ocuparían los espacios que, en otro tiempo, fueron dominio del Homo sapiens.

Sin embargo, nos enfrentamos, realmente, a la sexta extinción masiva de especies como resultado del profundo proceso de transformación al que el hombre está sometiendo al planeta y del cambio climático derivado del mismo. De los 30 millones de especies animales y vegetales conocidas, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) calcula que alrededor de 1000 especies pueden estar en peligro crítico de extinción y cerca de 30178 estarían amenazadas.

La pérdida de hábitats, la sobreexplotación de especies, la contaminación, las especies invasoras y el cambio climático son las cinco grandes amenazas causantes de ese declive de la biodiversidad que en el entorno urbano y periurbano se hace aún más patente.

Las organizaciones que trabajan en la protección de la biodiversidad de manera intensa y, siempre, bajo criterios científicos, como WWF o SEOBirdlife, identifican ese trabajo con las especies bandera como el rinoceronte blanco y el elefante en los grandes espacios naturales de África, pero también con la nutria, el lince ibérico o el gorrión común, especies más cercanas para nosotros.

En este contexto, el trabajo local de protección de la biodiversidad urbana se muestra como una estrategia fundamental para conservar la biodiversidad global. Mediante la imitación de los procesos ecológicos que ocurren en la naturaleza, lo que conocemos como las soluciones basadas en la naturaleza o Nature Based Solutions podemos generar hábitats urbanos que mejoren de manera significativa la presencia de especies de insectos (como las abejas o las mariposas), aves y pequeños mamíferos en las ciudades. La eliminación de las especies no autóctonas de parques y jardines, la creación de conectores ecológicos entre los espacios verdes urbanos y el entorno natural y la renaturalización de ríos urbanos, como el caso del Besós en Santa Coloma de Gramenet o el Manzanares en Madrid, son algunos de esos ejemplos que, a través de sus especies como la nutria, la anguila o el martín pescador, nos muestran el camino a seguir.

Según nos indican la UICN y la Comisión Europea, las Soluciones Basadas en la Naturaleza (SbN) son un nuevo concepto que abarca a todas las acciones que se apoyan en los ecosistemas y en los servicios que estos proveen, para responder así a diversos desafíos de la sociedad como el cambio climático, la seguridad alimentaria o el riesgo de desastres ambientales.

Una mayor biodiversidad en los ecosistemas, también de los urbanos, implica una mayor resiliencia contra los efectos del cambio climático. La pérdida de biodiversidad como consecuencia de la deforestación, la invasión de hábitats, la agricultura intensiva y la aceleración de ese cambio climático favorecen el paso de los patógenos de animales a humanos y esta tendencia es la que debemos revertir. Aún estamos a tiempo. H