Para mí que Sánchez no es del PSOE. O al menos del PSOE de siempre, del de toda la vida. Porque llegados a este punto cabe preguntarse si hay más de un PSOE: uno el que se siente cómodo con Podemos y otro al que le entra urticaria. El problema es que Sánchez ganó las primarias, mandó a Susana y a los Susanistas a su casa y encima ganó una moción de censura y unas elecciones. A ver quién le tose. Pero los vaivenes del gobierno de coalición, con el protagonismo exacerbado del vicepresidente Pablo Iglesias, no gustan a un amplio sector del partido; y menos cuando sale a presumir de que Bildu va a apoyar los Presupuestos con toda clase de vítores y parabienes. Buena parte de la militancia se revuelve en sus asientos y echa pestes del destino cruel de tener que ver a todo un señor PSOE pasar por este trance. Porque los herederos de los pistoleros, ahora revestidos de demócratas, no pueden ser compañeros de viaje de los socialistas; cómo lo van a ser si han sufrido en sus carnes la lacra del terrorismo. Un trágala así cuesta digerir para quien haya tenido que enterrar a compañeros de partido. Y no es españolismo rancio y anticuado como dirían algunos, es cuestión de principios, de esos que marcan una personalidad y no se cambian aunque vengan mal dadas unas elecciones.

El acuerdo con Bildu ha abierto una brecha entre la dirección del partido y las baronías, feudos por antonomasia del PSOE. En Moncloa no se han visto sorprendidos por las reacciones de Lamban o de Page, desde siempre incómodos con Sánchez, pero sí por la de Vara. El presidente extremeño, en otra etapa alineado con el bando Susanista, ha respondido ante Sánchez con lealtad y disciplina excelsas. Ello le ha generado algún que otro ataque de la oposición al haber entrado en contradicciones, pero ha seguido firme en su seguidismo del que lleva el bastón de mando del partido. Pero esta vez ha sido claro: el pacto con Bildu le produce náuseas. Aunque no ha atacado a su partido porque ha hablado de «fracaso de país» y no del PSOE para limpiar las penas en pañuelos ajenos, es obvio que ha torpedeado la línea de flotación del Ejecutivo justo desde el flanco más inesperado. Este cambio de guión ha sido respaldado después por el presidente asturiano, Adrián Barbón, sanchista inequívoco, quien ha dicho sin tapujos que no es plato de gusto un acuerdo con los aberzales, pero las palabras de Vara han abierto una espita que puede convertirse en grieta cuyo final está por saber.

El quid de la cuestión lo ha manifestado Paje, que Podemos marca la agenda y parece arrastrar al PSOE a una esquina del tablero que está muy fuera del sitio habitual de las grandes mayorías del PSOE. Sin embargo, quien más gana aquí no es Podemos sino Bildu, de repente convertido en agente activo con capacidad de influir, un papel blanqueador que no gusta a la mayoría de los españoles. Lo peor es que se podía haber evitado. Esta vez sí había alternativa con Ciudadanos. La cuestión es por qué Podemos (y con él Sánchez y su gobierno), prefieren la senda aberzale antes que la de Arrimadas, máxime cuando Bildu ya ha dejado claro que lo que busca es «influir en la gobernabilidad del país para derruir nuestro sistema democrático». Menuda declaración.

Pasará el tiempo y con la estrategia lanzada por Moncloa de que son preferibles los votos que las bombas o que el PP también pactó con los batasunos, esperarán a que pase la tormenta y escampe. Pero una cosa está clara y es que se abren dos facciones dentro del PSOE: los que piensan que Podemos es una solución de continuidad en futuras elecciones y aquellos otros que sostienen que hay que ir preparando una alternativa antes de que acaben con ellos.