La ruptura entre el Partido Popular y Unión del Pueblo Navarro (UPN) es una pésima noticia para la formación que dirige Mariano Rajoy, por más que el líder de la derecha presente este desenlace tremendista como prueba evidente de su fuerte liderazgo. De momento, el PP tiene ante sí un reto de una gran envergadura: poner en pie una estructura política nueva en Navarra, una comunidad políticamente compleja y socialmente con una fuerte personalidad, en la que no le va a resultar fácil dar estabilidad y continuidad a una plataforma impulsada desde Madrid. Entre quienes se han puesto del lado del PP se encuentran gentes, como Jaime Ignacio del Burgo, que representan más el pasado que el futuro. A del Burgo no se le ve capacitado para acometer la tarea titánica de colocar las siglas nacionales, en pugna con los regionalistas, en el arco parlamentario foral y nacional.

Y es que, en el mejor de los casos para el PP, cabe prever que, de resultas del divorcio entre los dos partidos, quedará en Navarra un mapa político al estilo de comunidades como Aragón o Cantabria, donde el espacio de la derecha es disputado por dos formaciones, mientras se deja el terreno del centro izquierda a los socialistas. Con el añadido, en el caso de la Comunidad Foral, de los grupos nacionalistas, con presencia parlamentaria destacada. O sea, una atomización que de ningún modo es beneficioso para los populares en su pugna por recuperar el palacio de la Moncloa.

Ante el desafío lanzado por UPN --pues ha sido sin duda este partido el que abrió las hostilidades al plantear una abstención en la votación de los presupuestos del Estado para el 2009--, al PP le ha faltado el temple necesario para evitar una ruptura, que en este caso es inequívoco sinónimo de fracaso. La escasa cintura de los dirigentes populares es especialmente notoria cuando la abstención de un diputado de UPN --el otro siguió la disciplina del PP y ha sido sancionado por ello por el partido navarrista, lo que constituía una invitación más al divorcio-- era un gesto huero porque no era decisiva para la suerte parlamentaria del proyecto de presupuestos. Tal vez acosado por quienes desde el ala dura de su partido y desde los medios más derechistas le venían pidiendo un puñetazo en la mesa, Rajoy ha optado por acabar --parece que solo momentáneamente, según los más optimistas dentro de su partido-- con un pacto que en 17 años de vida ha dado a la marca PP-UPN algo más que notables cuotas de poder en ese territorio; lo ha hecho el eje de la vida política.

Miguel Sanz, el peculiar presidente navarro, ha exagerado claramente los problemas de gobernabilidad en su región, donde depende aritméticamente de los socialistas. Era poco probable que un voto contrario a los presupuestos en el Congreso rompieran el pacto no escrito que permite a UPN gobernar en Navarra. Sin embargo, Sanz ha preferido un guiño a los socialistas navarros a mantener su acuerdo con el PP.

No deja, en fin, de resultar paradójico que a Rajoy le haya estallado la crisis precisamente en la comunidad elegida la pasada legislatura para enfatizar los riesgos que para la unidad de España suponía la política del PSOE.