La memoria es otra clase de exilio interior, y al llegar esta época del año, nos damos cuenta de que las navidades ya son lo que eran; se han convertido en una recreación de aquellas que pasamos en nuestra infancia. Cada vez es más difícil identificarse con ellas, pues la sociedad de consumo ha desvirtuado el significado que pudieron tener estos días, hasta en épocas de crisis. Incluso los católicos fervientes se ven abocados a defenderse del acoso del Santa Klaus de la Coca Cola con mantones con Niño Jesús en los balcones, y la Iglesia nos advierte del peligro de la ausencia de Dios en tan señaladas fechas, además de las consabidas amenazas del aborto,el matrimonio homosexual o la retirada de los crucifijos en las aulas. Muchos desearían esa misma vehemencia para condenar los abusos cometidos en su nombre. Vuelven a poblarse las televisiones de anuncios invitando a la solidaridad con los que sufren en lejanos países, invitándonos a colaborar y atenuar así nuestra mala conciencia, y olvidando que cada persona es una ONG en potencia, y que puede hacer mucho bien a los que están alrededor: vecinos, amigos, o a esos desconocidos que nos cruzamos por la calle. Los políticos seguirán vendiéndonos colonias para que no olamos la podedumbre del sistema que los mantiene y corbatas para disimular las manchas de codicia en sus camisas. Los que tienen seguirán donde siempre y como nunca, y los que no, pues a contentarse con otro Madrid-Barça del siglo. Los servicios de urgencias se colapsarán con las patologías más prevalentes: fiebre, soledad, violencia innecesaria y exceso. Pero aún así, en el interior de cada uno, se orquestará el belén de la infancia, se recuperarán sabores y sonrisas, se mirará por la ventana empañada recordando a los que faltan, y se intentará, por unos días, olvidar esta condición de exiliados en nuestro propio mundo, con la esperanza de que las navidades del 2009, como las venideras, sean, como mínimo, felices para los que ahora son niños.