La autodestrucción política de Albert Rivera debería haber servido de lección para los supervivientes, pero a la vista está que nadie escarmienta en cabeza ajena.

Quienes se han quedado en la arena política, miembros generacionalmente afines a Rivera, no parecen haber aprendido mucho de su fracaso ni de las lecciones del pasado, en lo que concierne a la forma de abordar el conflicto político de los nacionalismos periféricos.

Y digo de los nacionalismos periféricos y no de Cataluña porque en realidad se trata de un fracaso global del diseño territorial de 1978, cuyas consecuencias se irán viendo en los próximos años. Pero centrémonos en el problema catalán, que es el que está determinando por completo la política española y lo seguirá haciendo durante mucho tiempo.

Se debería haber aprendido algo de la experiencia de José Luis Rodríguez Zapatero hace ya más de una década. El 30 de septiembre de 2005 el Parlamento de Cataluña aprobó una reforma del Estatuto de Cataluña apoyada por todos los partidos menos el PP. En el Congreso de los Diputados el texto se sacó adelante el 30 de marzo de 2006 con 189 votos a favor (PSOE, CIU, PNV, IU, CC y BNG), 154 en contra (PP, ERC y EA), y 2 abstenciones (CHA y NB), es decir con el 54,78% a favor. ERC lo había apoyado en Cataluña pero lo rechazó en Madrid debido a las modificaciones que experimentó en la tramitación parlamentaria. En el Senado, donde el PP se mantuvo en contra y se decidieron abstener ERC, PAR y EA, el resultado fue 128 a favor, 125 en contra y 6 abstenciones (49,42% a favor).

El PP, que estuvo en contra del Estatut en Cataluña y siguió estándolo tras dichas modificaciones, recogió más de cuatro millones de firmas para promover una Proposición No de Ley pensada para que el refrendo del Estatut se hiciera en toda España y no solo en Cataluña. El 18 de junio de 2006 se celebró en Cataluña el referéndum sobre el nuevo texto: votó el 49,42% de la ciudadanía (casual y curiosamente, exactamente el mismo porcentaje de votos a favor en el Senado), y de esos votos, el 72,90% lo hizo a favor, es decir, que el 60,51% del censo no votó o votó en contra.

El 31 de julio de 2006, el PP presentó ante el Tribunal Constitucional (TC) un recurso de inconstitucionalidad que fue admitido a trámite el 28 de septiembre de ese mismo año. El 28 de junio de 2010 se aprueba la sentencia en el TC, que, por seis votos a cuatro (60%) avala 245 de los artículos del texto (87%), interpreta 24 de ellos (8%) y declara inconstitucionales 14 (5%). Aquello fue el origen del actual ‘procés’.

Si de este relato objetivo de los hechos la élite política no ha aprendido nada, volveremos a caer en bucle en los mismos errores. Es muy evidente que un asunto de Estado tan relevante como la composición territorial no puede decidirse por media España contra la otra media. Esta es la lección central, y sin entender esto, estamos abocados, en el mejor de los casos a vivir corriendo sobre una rueda de hámster, y en el peor a un grave enfrentamiento social en Cataluña y en España.

Asumir esta realidad significa asumir —guste más o menos: la política consiste también en asumir lo que no gusta— que la solución al problema de Cataluña no pasa por un acuerdo de una mitad de España afín ideológicamente, sino por un gran consenso entre el 70% y el 80% de ciudadanía catalana y española. Por más que no guste a la izquierda, ese acuerdo incluye a la derecha. Por más que no guste a la derecha, ese acuerdo incluye a la izquierda.

El empeño en hacer de esto bandera ideológica es además absolutamente estéril. Desde el punto de vista de la izquierda, ¿acaso es incompatible subir el SMI o garantizar las pensiones con sentarse a hablar con la derecha de Cataluña? Desde el punto de vista de la derecha, ¿acaso es incompatible su defensa de bajar impuestos o de limitar derechos como el aborto o la eutanasia con sentarse a hablar de Cataluña con la izquierda?

El problema de Cataluña no es el único afectado por esta perspectiva. España está en un momento crítico que necesita políticos de altura capaces de elevarse por encima de sus intereses y los de sus partidos. Si no lo hacen, la historia les condenará. Como a Rivera.

*Licenciado en Ciencias de la Información.