Mal comunicados por tren, aislados por avión. La prensa nacional ha descubierto que por aquí tenemos un pésimo servicio ferroviario, que muchos jóvenes se van por falta de trabajo y expectativas, que algunos estudios nos sitúan como el territorio con las tasas más altas de riesgo de pobreza, y que aquí también está la población (Zahínos) que según la estadística anual de Hacienda presenta las declaraciones de la renta más bajas.

Es difícil levantar la cabeza bajo tal manta de desastres continuados, siempre agigantados por esa lupa que nos asigna dentro del territorio nacional los clichés de lo peor de lo peor, repetidos también en muchas barras de bar extremeñas y ahora en ese salón popular de caña y chato de vino que se han convertido las redes sociales donde todo el mundo ve claramente el problema y a sus culpables, pero que lo abandonan sin dar soluciones, desconectando, tras apurar el último trago y soltar algunos el lapidario y que en nada ayuda: «Somos el culo del mundo».

Así somos, dados al derrotismo, al pesimismo, al fatalismo y ¡ay! del que ose levantar alguna bandera de esperanza o matizar algunas de las afirmaciones y estadísticas sólidas, o no tanto, archirrepetidas y charca de desgracias en las que regodearse.

Así que veo que Extremadura, como el continente europeo para la arrogancia británica, queda aislada por la niebla en su transporte aéreo --ese que muchos no querían por ruinoso, por estar subvencionado, por ser para ricos, qué curioso--, y sin embargo viene a decirnos la compañía de aviación que opera, Air Nostrum, que pese a lo que se pueda pensar, y siempre nos ponemos en lo peor, el sistema de ayuda a la navegación o de aterrizaje instrumental de las aeronaves, ILS, que hay en Badajoz, del tipo I, es el que tienen prácticamente todos los aeropuertos nacionales salvo cinco, y que ni aunque tuviéramos el tipo II --presente en Valladolid y La Coruña, mientras que del tipo III solo disfrutan Madrid-Barajas, Barcelona y Palma de Mallorca-- podrían haber operado los aviones dada la intensidad de la niebla.

El fatalismo y tremendismo recuerda una información de la desaparecida Hoja del Lunes de Badajoz, que ese día de la semana publicaban las asociaciones de la prensa (el resto de los periódicos no se publicaba por el descanso dominical de sus trabajadores), que a la vista de una estadística publicó, y era verdad: «Hasta los rayos caen en Extremadura».

Lo destacable no es que esa estadística fuera cierta y reuniéramos en ese recuento reciente la mayor cifra de descargas eléctricas, sino el «hasta», el destino irremediable, un Armaggedon similar al que en Madrid la derecha política atribuye a la según otro medio que se me ha cruzado estos días en internet, «podemita» Manuela Carmena; que le cuenten a Pablo Iglesias la docilidad política de la señora. Habrase visto una alcaldesa que se atreve a rebajar la deuda, denunciar a Ana Botella por vender viviendas sociales a fondos buitre, innovar de magia e ilusión los trajes de los Reyes Magos, e intentar devolver a la hasta hace poco decrépita y casi cutre capital española, a liderazgos reales o imaginarios como el que edificó Tierno Galván.

Tengo un familiar residente en Madrid que usa siempre el tren en los desplazamientos a Extremadura y ha tenido la suerte de que en varios años solo una vez tuvo un incidente con un retraso de 20 minutos. Habrá sido casualidad, en un ambiente de descrédito del servicio que asusta y casi desanima a los propios responsables de Renfe como bien ha dejado entrever el coordinador de la compañía en la región Eduardo Villar; al que sin embargo habría que decirle que medidas como meter un mecánico en cada convoy no puede hacer otra cosa sino asustar, y a veces hay cuestiones que aun haciéndolas, es mejor no decirlas.

A la ventolera de todo eso he leído estos días, en lugar destacado, la narración del viaje en tren de ¡hace un año! que le pasó a alguien, en el que se hablaba de convoyes de cercanías (¿?) que se prolongaban desde Leganés y Toledo (no existen tales cercanías Madrid-Toledo) hasta Extremadura. Sigamos con los rayos.