TAtl avispado Octavio Unquera se le pegó una redonda piedrecilla a la vista pescando en un río truchero y se le ocurrió el negocio de su vida. Hacía poco tiempo había leído en Internet un semanario argentino en el que publicaban una entrevista hecha a un tipo que se había forrado vendiendo miles de trocitos metálicos de un avión que se había estrellado en la cordillera de los Andes. El argentino en cuestión había conseguido hacer creer a los compradores que las partículas férreas se habían impregnado de una extraña energía positiva en el momento de la colisión del aparato y todo aquel que poseyera una de ellas podía sentirse amparado por una excelente salud y la buena suerte de por vida. Hubo de utilizar el argentino un montaje publicitario a la norteamericana para llevar su empresa a buen término: mucha y constante labia entre programa y programa de televisión, y algún regalo añadido con la compra del fetiche. El caso es que bastantes compradores llegaron a creer que sus talismanes metálicos eran más efectivos que la mismísima penicilina. Pensó Octavio Unquera en buscar a las redondas piedrecillas del río su propiedad curativa ficticia, acreditada por sus redondeadas formas conseguidas por la madre naturaleza mediante un constante roce energético de unas contra otras, y venderlas como rosquillas, siempre que se hiciera apoyándose en un montaje publicitario infalible; o sea, a la norteamericana. Y así, a base de la charlatanería interminable de algunos famosos de televisión rosa contratados para la ocasión, y regalando con cada una de ellas una minirradio de las de todo a cien, el amigo Octavio Unquera comenzó a vender las primeras piedras. Y lo mismo que le ocurriera al argentino, a él muchos compradores le bendecían por vender esas piedras tan milagrosas; otros dudaban de si en realidad compraban la piedra o la pequeña radio. El asunto es que el río se quedó sin piedras y las truchas ya no tienen donde esconderse.

*Pintor