Tras lograr posicionarse como la gran plataforma de emisión de series on line, de producción propia y también ajena, Netflix pretende convertir el 2019 en el año en que dará el salto a las películas tradicionales, poniendo en jaque el sistema tradicional de exhibición. La plataforma planea ofrecer unas 55 películas originales al año, una cirfra que llega a las 90 si se suman los títulos de las divisiones de animación y documental. Una enorme producción desde un punto de vista cuantitativo, tres veces más de lo que suele estrenar un gran estudio de Hollywood. Además, entre el catálogo para este año hay grandes nombres: Martin Scorsese (The Irishman), Steven Soderbergh (High Flying Bird), Isabel Coixet (Elisa y Marcela), Jake Gyllenhaal (Velvet Buzzsaw), Jennifer Aniston (The Last Thing He Wanted)… Estas Navidades ya hemos visto una pincelada de la estrategia de la plataforma. Roma, de Alfonso Cuarón, sin duda una de las películas del año por su gran calidad, fue estrenada en sala de forma limitada para que pueda aspirar a los premios, pero su exhibición es sobre todo a través de la plataforma. Obviamente, esta nueva forma de producir y, sobre todo, de exhibir cine es recibida con recelo por parte de los exhibidores habituales. Pero oponerse a ello es un ejercicio fútil, ya que equivale a luchar contra las tendencias del consumidor. Los sectores más tradicionales del cine deben encontrar la forma de trabajar con estas nuevas formas de estrenar. Al fin y al cabo, ver cine incita a ver más cine, da igual en qué pantalla.