El futuro de internet tal como lo hemos conocido los últimos años es incierto tras la decisión de la Comisión Federal de Telecomunicaciones (CFC) de Estados Unidos de poner fin a lo que se conoce como neutralidad de la red. La medida, que entronca directamente con el ultraliberalismo que dimana de la Casa Blanca desde que la ocupa Donald Trump, subvierte profundamente el principio del acceso universal a internet, que ya hace años dejó de ser solo una herramienta tecnológica de vanguardia para convertirse en un servicio imprescindible para los ciudadanos de todo el mundo, al mismo nivel que la electricidad, la telefonía o el agua corriente. Con la diferencia de que internet, además, es una fuente de conocimiento, es decir, de empoderamiento.

Barack Obama logró en febrero del 2015 que la CFC ratificase que internet es un servicio de telecomunicaciones y no de información, lo que suponía atajar la pretensión de las grandes operadoras de telefonía de establecer distintos niveles de velocidad de navegación en función no de solo de la tarifa que paga el usuario -lo que es razonable- sino de las webs a las que accede. El indisimulado objetivo de esta escala variable era penalizar a los proveedores de contenidos más intensivos de la red para arañar parte de sus enormes ingresos económicos. Pero los perjudicados no serían solo gigantes como Google o Facebook, sino los ciudadanos. De modo que es tramposo presentar la decisión que toma ahora la CFC como un paso que favorecerá la competencia en el sector, y por tanto, beneficiará a los usuarios. Por el contrario, es de temer que se erosione el carácter abierto y horizontal de la red y su capacidad creativa y generadora de talento. No estamos, pues, ante una desregulación que aporte más democracia y libertad, sino ante una medida que afectará a la capacidad de innovación, una de las características principales del entorno digital.

La aplicación del giro decidido por la CFC suscita varias dudas, entre ellas si traspasará el ámbito de EEUU y alcanzará a otras latitudes. Pero tenemos dos certezas que conviene subrayar: una, que el riesgo de un darwinismo en internet es hoy más elevado que ayer; dos, que Trump -y los peones que está colocando en puestos clave de EEUU- destruye sin miramientos consensos que no fueron fáciles de alcanzar.