XLxas nubes, cuando es tiempo húmedo y frío y les apetece jugar, acuden a la tierra para desdibujarla y se hacen llamar niebla. Hieren los contornos de las cosas dejándolos maltrechos y confusos, de manera que paisajes y figuras funden desde lejos, borrosos, estilo impresionista. Suele ocurrir cada año cuando se acerca el solsticio de invierno y con él la fiesta. Una fiesta pagana que un papa, hace mucho tiempo, convirtió en belén. Desde entonces, los belenes son representación de la navidad cristiana y se celebran al tiempo que el solsticio, en medio de fiestas y banquetes como en los días paganos. En otra acepción --y no me pregunten por qué-- un belén es un lío grande. Se arma un belén cuando hay confusión en el ambiente o tumulto o enredo, por ejemplo. En cierto modo, estos días de brumas urbanas se convierten en belenes. Hay confusión en el ambiente: gente corriendo, adornos fulgurantes, estrellas de mentira, falsas palabras de amor y solidaridad, vacaciones... y lío, mucho lío. La ciudad, con niebla y en solsticio, se transforma en belén.

Dice Pepi que eso no le pasa sólo a la ciudad. Que el otro día en la Asamblea también hubo confusión, tumulto y belén. Echaban niebla por todas partes y nadie aclaraba la meteorología difusa de la sesión. Porque --me cuenta--, vale lo de la refinería, sí, pero... de momento sólo es posible , o sea, difuso, ya veremos cuánto de probable y de real tendrá cuando lo tenga, que a mí como que no me cuadra lo de que ya vamos a ser modernos y a alejarnos del objetivo uno. Y antes --o sea, veintitrés años seguidos--, ¿qué estábamos haciendo?; todo eso de la vanguardia tecnológica y la imaginación al poder, ¿a dónde fue?; ¿sólo con una empresa lograremos lo que no hemos conseguido con cientos? Cariño, yo seré una inculta, pero para mí que aquí hay mucha propaganda... Luego, a rematar la sesión, vino lo del amigo --o Amigo -- consejero que se perdió en valores recónditos como la misma niebla, capaces de ocultar a las más concretas realidades, igual que una ciudad cualquiera en solsticio de invierno...

Disculpen, pero creo que Pepi anda igual que la ciudad --como todos en estas fechas--, es decir, abrumada y revuelta. Después de largarme lo anterior, llama para decir que no tiene tiempo de nada y que aún no sabe ni el menú de nochebuena: Ya ves, cariño, no te puedo echar una mano, que no está una para reflexiones, bastante es con la cena y los regalos, que cuando es navidad te aparecen parientes impensables. Los mayores porque aquí es más cómodo, que ya van estando delicados, y yo, ¿qué quieres?, lo entiendo, con los viejos siempre te queda la duda de si será la última, y claro, cómo vas a decir que este año no, que a ti ya te han tocado los últimos veinte. Por ahí paso, pero, ¿y los otros? Se te apuntan de pura caradura que tienen, te lo digo yo. Porque, a ver, lo de mi cuñada la de Mérida, ¿eh? Ella, todos los años a que le ponga la mesa la Pepi. Entra y dirá --como cada Navidad--, que iba a traerme unos percebes, pero que total para qué, con la de comida que sobra y con lo bien que cocinas, da no sé qué... La tía se quedará tan ancha, entregándome una poinsetia de última hora, apergaminada y marchita, desvaído el rojo: toma, Pepi, guapa, para centro de mesa --dirá-- y ¡hala!, a comer y a beber. Que vamos, se me queda la visa temblando y la cara que ni te cuento... Así que ya te pensaré algo para después de las fiestas, cuando disipe la niebla y vuelvan días claros. Y cariño, tú que puedes, sé feliz en todo caso, también en navidad.