TDturante los años 80 se produjo un inusitado interés, impulsado fundamentalmente desde la Universidad, por la investigación historiográfica en torno a lo acontecido en la II República española y la guerra civil que finiquitó este intento ejemplarizante de acercamiento a la Democracia. Parecía lógico conocer nuevas perspectivas, aproximándose al mayor rigor científico, si bien al socaire del apasionamiento que se vivía en los ardorosos años de la Transición.

El silencio, cuando no la tergiversación, o al menos la visión unívoca y cercenada de la realidad, daba paso a la ansiedad por acceder a determinados archivos, tradicionalmente vedados a los profesionales de la Historia.

Ahora se intensifica el debate con el chantaje emocional de no reabrir heridas o manipulando el diccionario al apelar al condicionante de la supuesta división de los pueblos. No se percatan, los que así se pronuncian, de que no se habla de ideologías ni de partidos. Cada uno es libre de homenajear a sus afiliados. Sin embargo, donde de verdad hay que hacer hincapié es en las personas. Hablamos de los desaparecidos, de los represaliados o torturados, y no solamente durante la contienda, sino sobre todo, cuando menos sentido tenía, es decir hasta bien avanzada la década de los 40.

Nadie decente, puede dejar de condenar los asesinatos cometidos por cualquiera de los dos bandos durante la guerra. En ambos casos es fundamental mantenerlos vivos en la memoria. Ni sirve la desgraciada apreciación de Fraga sobre quienes cometieron mayores barrabasadas, ni es ninguna cortina de humo para no tratar otros temas. Si no que se lo pregunten a los familiares de los cerca de 15.000 extremeños fallecidos en aquellos turbulentos tiempos. De todo tipo de condición social, política, económica o cultural. Por eso, es tan importante reivindicar un reconocimiento tácito de su situación. Localizar los restos de los que ni siquiera se tiene la certeza de su destino.

La depuración de las responsabilidades, a más de 70 años de los hechos, queda a cargo de los historiadores. Pero el sentimiento da también derecho, al menos, a localizar personas, ponerles nombres y apellidos y rendirles tributo. ¿A quién puede molestar esto?

Probablemente sean una minoría dentro del conjunto de la población los afectados, si bien es de justicia atenderlos. La estadística nos va conduciendo a que hay miles de ellos sin identificar, pues bien, aunque sólo hubiera uno de los denominados franquistas sería preciso hacer público las circunstancias que rodearon su final.

El proceso técnico en el que nos encontramos, es muy complejo, por lo que habrá que esforzarse en asumir la necesidad de llevarlo a cabo con la mayor delicadeza posible. Afrontar y acompañar a las familias y a sus asociaciones. Empujar a las administraciones e instituciones implicadas para que no pongan obstáculos. Fomentar el intercambio de opiniones desde el punto de vista intelectual sin cortapisas y desde el respeto. Completar con la ayuda de las Nuevas Tecnologías las Bases de Datos a las que día a día acude tanta gente. El debate en los medios puede durar 24 o 48 horas. Hasta que surge otro tema de actualidad que lo oscurece y lo diluye. El drama de las auténticas víctimas, las familias, es perenne.

*Doctor en Historia.