Tarde o temprano esta sociedad infantiloide en la que la adolescencia dura hasta los cincuenta, y los sesenta son los nuevos veinte, iba a dar sus frutos envenenados.

A los niños les gusta ser protegidos de las amenazas externas, sean o no reales, como el coco debajo de la cama o el monstruo que se esconde en el armario y es ahuyentado por el gesto tranquilizador de los padres, la luz mágica encendida o el peluche.

O como los inmigrantes que amenazan con quitarnos el trabajo (si tanto te gustan, llévatelos a tu casa), las mujeres a las que les ha dado por querer ser como los hombres, o la espantosa posibilidad de que un niño diferente se siente a tu lado en el colegio.

De todos estos peligros solo puede defendernos un padre fuerte, un estado autoritario que nos recuerde que quien bien te quiere te hará llorar, y toda la ominosa retahíla.

Esta sociedad pueril que hemos creado no solo prefiere que los conflictos los resuelvan otros, sino que tampoco quiere conocer nada distinto.

Como niños ante la comida nueva, arrugan el entrecejo y rechazan otros sabores, otras culturas, porque no sienten la necesidad de conocer nada de fuera. Están cómodos en sus tronas, en sus aulas segregadas por sexo (los niños con las niñas), o por clases sociales, o por capacidades, porque la integración, sea como sea, siempre crea problemas, y eso no nos gusta.

Nos gusta lo claro, lo que no se mezcla. Lo que tiene definición desde siempre, la burbuja en la que seguiremos educando a nuestros hijos, para un mundo en el que las fronteras son como muros de hormigón.

Pobres niños asustados con el coco que buscan un padre que decida por ellos, que vigile por ellos, que emprenda guerras o recorte libertades en aras del bien común.

Siempre creen que no les tocará, son otros los apestados. Por eso votan a ciegas en Estados Unidos o en Brasil, por eso sucede lo de Venezuela. Incluso en España, que lo tiene bien reciente, Vox ha sido capaz de reunir un número considerable de seguidores.

Lo de que haya tenido que salir Coque Malla a recordarles con mucha ironía que la canción que utilizaron en su mitin habla de una unión homosexual casi es algo anecdótico. A ellos solo les importa la música, lo pegadizo, lo que atrae a un público infantil. La letra con sangre entra, así que el contenido, como siempre, es lo de menos.