Ven que te acune. Las rodillas flexionadas para colocarse a su altura, los brazos extendidos, la sonrisa abierta, los ojos trepando hasta su alma pequeña, la voz surrando un abrazo. Ven. Inmóvil.Serio. Alza una mirada vieja. Los churretes de sudor y polvo y temor, se han convertido en arrugas. Una mascara de adulto cauto. Que quiere y se reserva, que avanza despacio con los brazos, cortos, cruzados sobre el pecho; protegiéndose, separándose y a la vez reprimiendo un deseo de correr hacia quien promete cobijo. Cae la tarde y de sus labios, sin pensar, sale, en susurros, una nana que le cantaba su tía. «…que tu mamá esta en el campo…», que provoca que todos se giren en su dirección, como un imán, y el pequeño corra hacia ella. Se agarra como una cría escondiéndose en su regazo, la cabeza se acopla entre la clavícula y el hombro. Inspiran juntos, al unísono.

En un silencio momentáneo acompasan la respiración hasta que se serena, y comienza, suavecita, de nuevo la nana y, a su son, lo mece. Se adormece como por ensalmo y las lágrimas llegan, de otro tiempo, despacio también, con el recuerdo tibio de sus propios niños en la calma segura de la casa, muy lejos de este frío árido. Y el llanto viene también de la angustia que se ha anudado en su estómago, de la pena honda que pesa sobre sus pulmones, de la vergüenza de verlos tan solos, tan indefensos, que sale en espasmos como la naúsea. Se remueve y la mira cuando acaba de tararear. Como si se reconociesen. Dos viejos amigos separados por la vida, la edad y la distancia pero que se alegran tanto de tenerse…

Unas pocas e inservibles palabras en inglés para acabar, en su idioma, aun sabiendo que no entenderá de donde viene. Le habla de las encinas, de las cigüeñas, temiendo pronunciar la palabra frontera, por si le hiere. Nombra a sus hijos y se siente iluminada y, él, pulsado por esa luz, habla, cuenta, sin parar, sin resuello, gesticula y ríe y ella se prende de ese gesto inesperado, y ríen juntos, hasta que casi la noche cae sobre el campamento. Juntan las frentes, se frotan, ella le dice al oído «ten cuidado pequeño», y le besa la espalda cuando comienza a andar. Se vuelve y al unísono, ambos, en lugar de decirse adiós, se dan las gracias.