En este artículo no voy a utilizar el nombre de ningún menor de edad. Primero, porque es innecesario. Segundo, porque cualquier lector inteligente atento a la actualidad sabrá a quienes me estoy refiriendo. El francés de origen judío Edgar Morin es uno de los pensadores más importantes de los siglos XX y XXI. El objeto de estudio con que ha logrado mayor brillantez intelectual es la cultura de masas, elemento determinante de nuestro mundo contemporáneo, tanto para explicar los grandes cambios sociales de los últimos cincuenta años, como para entender el férreo control que el sistema capitalista ha llegado a tener sobre la ciudadanía.

En una de sus obras más importantes, ‘El espíritu del tiempo’ (1962), en lo que supone casi una profecía, Morin define que la sociedad del futuro dominada por la cultura de masas —es decir, la nuestra, la de hoy— experimentaría una «vuelta masiva a las fuentes infantiles del juego» y que eso, entre otras consecuencias, supondría la fabricación no solo de adultos infantilizados sino también la de niños «con caracteres pre-adultos».

Esa tremenda paradoja está experimentando su clímax en el preciso momento que vivimos. Nunca antes como ahora habíamos tenido líderes políticos tan infantiles y nunca antes como ahora se había utilizado tanto a los menores para cubrir los espacios políticos donde los adultos no llegan. El resultado es una esfera pública desestructurada y desnortada, dominada por emociones simples, argumentos débiles, un obsceno rechazo a la razón, y el dominio de intereses económicos escondidos bajo rostros de niñas y niños que hacen creer a las masas que se están defendiendo ideas nobles.

Detrás de todo menor que aparece en los medios de comunicación abanderando una causa —sea esta la que sea— hay, como mínimo, unos padres irresponsables. Además de eso, es casi seguro que exista un poco confesable interés político, más relacionado con el poder que con la defensa de una ética determinada. Y, si seguimos el hilo hasta el final, es muy probable que nos acabemos encontrando intereses económicos, más o menos espurios, que es fácil esconder bajo el rostro amable de un niño.

Morin lo explicaría mucho mejor que yo, pero voy a tratar de resumir en el poco espacio que me queda cómo hemos llegado hasta aquí. En primer lugar, hay una preocupante impotencia de la política institucionalizada para resolver los grandes problemas que aquejan a nuestra sociedad, lo que provoca que se busquen salidas desesperadas por vías no institucionalizadas. Además, la clase política ha provocado que se extienda la mancha de la deshonestidad sobre ella, de modo que nada mejor que la inocencia infantil para suplir la falta de credibilidad.

En segundo lugar, se ha renunciado al noble arte político de la persuasión intelectual y se ha caído en brazos del sentimentalismo fácil para seducir al espectador. Digo espectador porque el ciudadano ya no es ciudadano, sino espectador o, mejor dicho, consumidor de información audiovisual. Y entra mejor la papilla en forma de discurso breve de un niño con rostro dulce que en forma de un par de páginas que haya que leerse para entender un concepto. Aquí hay que señalar con el dedo a unos medios de comunicación que comienzan a superar ya a la política como causantes de un clima social cada vez más tóxico.

Tercero, se ha producido una perversión ética completa de la que va a costar mucho tiempo salir. Los menores han pasado de estar hiperprotegidos a ser objeto de todo tipo de agresiones y utilizaciones; por otro lado, los proyectos políticos colectivos son ya casi siempre la suma de intereses individuales, para cuya consecución no hay escrúpulo alguno, incluyendo el uso de niñas y niños.

Los menores deben salir de la esfera del debate político como sujetos protagonistas. Es verdad que los máximos responsables son el poder político y los medios de comunicación, pero hay que apelar también a esos padres que utilizan a sus vástagos para sublimar sus frustraciones, cumplir sus deseos o perseguir sus intereses. Dejen de hacerlo. No será bueno para ustedes en el futuro pero, sobre todo, están destrozando la vida de sus hijos.

* Licenciado en Ciencias de la Información.