TAthora que nos encontramos en una fechas tan señaladas como son las fiestas de Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Reyes, etcétera y que todos estamos predispuestos a ser mejores personas que durante todo el año fuimos, es un buen momento para reflexionar sobre la cantidad de niños desgraciados que al igual que nosotros, habitan en este bendito mundo.

Ya en su día el gran escritor Carlos Dickens a partir de sus propias experiencias, habría de convertirse en uno de los grandes abanderados de la infancia desvalida. El único arma de que dispuso para combatir esa tremenda injusticia fue su afilada pluma, cuyas punzadas provocaron el desasosiego entre los miembros más acomodados de la sociedad victoriana. Pero lo que Dickens reflejó básicamente en las páginas de sus libros era la explotación miserable de los niños que pululaban sin hogar por los suburbios de Londres y otras ciudades de Inglaterra. Aunque el excelente escritor inglés nos ofrecía un desolado panorama social, al menos aquellos pequeños seres tenían opción a salvaguardar parcelas de su dignidad.

Ha pasado más de un siglo desde que Dickens denunciara la situación y las cosas en lugar de mejorar han ido a peor, sobre todo en lo que a la salvaguarda de la dignidad se refiere. Parece que la humanidad le ha dado una vuelta a la tuerca de su locura. Es cierto que a la inmensa mayoría de los niños de los países desarrollados no les faltan sus proteínas o sus vitaminas para desarrollarse adecuadamente. Pero mientras tanto, en los países sin posibilidades, que es donde se concentra la mayor parte de la población, millones de niños no saben cada día cuándo, cómo y qué comerán. En las grandes ciudades de América Latina se amontonan los niños sin oficio ni beneficio. Y cada día al abrir las páginas de los periódicos nos encontramos con historias tan escalofriantes como la de un niño salvajemente asesinado por otros 5 de su misma edad, por el delito de negarse a darles un tirachinas; niñas raptadas por bandas de delincuentes para ser violadas y después torturadas hasta el paroxismo o cadáveres de niños con signos de haberles extraído los órganos...

En la época de Carlos Dickens, donde no existía Unicef, Organismos de Derechos Humanos, ministerios de Bienestar Social ni oenegés los niños no tenían dinero, sin embargo, conservaban el inmenso caudal de la dignidad. En cambio ahora, los pobres niños no tienen ni eso.

*Cantautor