Empezaré diciendo que ningún niño nace racista, eso es obvio. Para ser racista se necesita el ambiente adecuado y una inducción por parte de los adultos, capaces de transformar la mente incontaminada del chico en una cloaca de prejuicios. Yo conozco casos en los que los papás, tíos y demás familia se divierten enormemente inoculando el racismo por vía intravenosa al nene. Resulta extraordinariamente fácil, basta con comentar con jocoso desprecio la presencia de una locutora negra en el televisor, reírse en público del negro vendedor de quincalla, provocar las carcajadas del niño aludiendo al olor de los negros o contando chistes imbéciles que al intentar desvalorizar a los seres de otra raza revelan la incurable estupidez de quienes los cuenta. Por ejemplo, el verano pasado tuve que enfrentarme a una pandilla de inocentes chiquillos que insultaban constantemente a un senegalés que vendía en plena calle elefantitos y relojes, únicamente por ser negro. Los adjetivos que le dedicaban al pobre negro son impublicables. De todos modos, pienso que ellos no eran los únicos culpables, sino los adultos que contemplaban la escena, riéndose de las gracias de los nenes. Todo esto ocurre porque el adulto sabe que el cerebro de un niño es muy frágil. Por ello no es extraño encontrar encantadores infantes que señalan con el dedo al negro, profiriendo obscenidades aprendidas en la academia paterna. No es culpa suya, si no de tanto animal precariamente racional como anda suelto por ahí. Luego nos extrañamos del auge de la xenofobia y lamentamos el trato que se les da a los que no tienen nuestro color, ni sobre todo nuestros medios de vida. Todo antes que reconocer que muchos de entre nosotros se dedican a reproducir en sus hijos sus prejuicios y sus carencias mentales.

SOCIEDAD

Cumplir nuestro sueño

Jorge Martín

Azuaga

Según Kierkegaard: «La vida no es un problema a ser resuelto, sino una realidad a ser experimentada». Y es que los siglos pasan, pero la evolución vital ha de medirse siempre más en positivo que en negativo. Observando el colectivo de hombres y mujeres que ya han cumplido medio siglo, así como el que ya ha alcanzado un cuarto de existencia (este último compuesto por universitarios y jóvenes desempleados) se llega al realista concepto que ahora aguantamos el resultado del estancamiento generacional. A medida que se avanza en edad, la preocupación es la simple subsistencia de carácter individual, con un rechazo a la igualdad de condiciones y al avance social. No es, afortunadamente, una lacra que afecte a toda la población, porque hay una parte de nuestra sociedad con la clara idea de que no hay que derrumbar nuestros sueños sino derribar las barreras que nos impiden cumplirlos. Si esta parte gana seguidores, las próximas generaciones serán muchísimo mejores.

TRÁFICO

Los motoristas, siempre los malos

Juan Millán

Plasencia

Llevo tiempo leyendo cartas en las que se meten con las motos. Como usuario habitual de dicho vehículo, aunque también poseo turismo, he comprobado que los conductores de automóviles no tienen nada de educación. Es más frecuente encontrar a un conductor que si por algún motivo no puede circular cierra el paso para que las motos no puedan salir, que a un conductor que al ver un motorista hace un simple gesto de apartarse y así dejarlas pasar. Les da lo mismo que llueva o haga viento. Cuando pasas por su lado no hay quien los aguante. Por no hablar de lo que debemos respirar, sobre todo con los diesel. Pero es lo mismo. Los malos siempre somos los de las motos.