Mi mayor respeto y comprensión para todos los hombres y mujeres que buscan la verdad sobre sus padres o sus hijos. Me refiero al caso de los llamados niños robados , es decir, aquellos niños que en hospitales o casas cuna eran separados cruelmente de su madre biológica sin su consentimiento y entregados a otros padres con los que han vivido desde entonces. Mi mayor respeto y comprensión también a quienes sospechan o saben que ese fue su caso y que no quieren saber nada porque entienden que sus verdaderos padres son los que les han educado, amado y cuidado desde que nacieron. Todos merecen justicia. También para los abogados y los periodistas que tratan de sacar la verdad sobre estos terribles casos y devolver la paz a quienes la han perdido. Si hubo delitos y no han prescrito, que la justicia hable y que paguen los culpables. Mientras no se demuestre y se enseñen las pruebas, todos los supuestos implicados tienen derecho a la presunción de inocencia. En un Estado de Derecho, el nuestro hoy, no vale la presunción de culpabilidad. Por eso, ningún respeto ni comprensión para los que, intencionadamente, desde el periodismo y fuera de él, tratan de hacer daño a instituciones y personas, beneficiarse del dolor de otros y hacer sensacionalismo.

Hablar de 300.000 niños robados por los que se pagaban cantidades equivalentes a 60.000 euros de hoy, parece un enorme disparate. Hace décadas, en España muchas mujeres daban a luz en hospitales y encontraban apoyo en organizaciones religiosas y laicas porque no querían o no podían hacerse cargo de sus hijos. Hay que conocer cómo era la sociedad de entonces para saber que no aceptaba a las madres solteras, que muchas familias echaban de casa a sus hijas si se quedaban embarazadas y que nunca perdonaban esa afrenta a su honor , el de las familias, no el de las mujeres. Seguro que hubo niños robados y tramas delictivas en las que pudo, o no, haber implicados médicos, enfermeras y personas de la Iglesia. Pero también hubo, seguramente muchos más médicos, enfermeras y miembros de la Iglesia que ayudaron a salvar a muchos niños y que ayudaron a miles de mujeres desesperadas y sin ayuda de nadie. Era terrible dejar a un hijo de su carne, pero también era terrible abortar --moral y penalmente-- y, sobre todo, era casi imposible ser madre soltera en la España de ayer. Miles de familias buscaron esos niños deseados sin pagar nada o dando una ayuda a esas mujeres que los dejaban con el corazón roto pero voluntariamente para que sobrevivieran. Claro que en muchos casos se simulaba un parto. La hipócrita sociedad de entonces escondía muchas cosas. Por eso, están en su derecho quienes buscan la verdad. Pero sólo cuando haya pruebas se puede hablar de culpables. Mientras tanto hay que exigir a todos la presunción de inocencia y no hacer espectáculo con el justo dolor de los que sufren.