Buscaba ansioso y hasta de forma compulsiva en el móvil alguna noticia sobre el paradero de Gabriel, el niño que desapareció hace unos días en Almería. Ojalá que cuando ustedes lean esto haya sido encontrado sano y salvo.

Me cuesta entender quién sería capaz de hacerle daño, aunque en esta vida pocas cosas nos pillan ya por sorpresa. Sobre todo las peores, como ésta. Una historia inquietante, sin aparentes motivos, en un lugar donde todos se conocen… Y un niño.

Soy padre y reconozco que me preocupa todo lo que sucede alrededor de mis hijas. Cuando voy cada mañana con ellas al colegio, veo a otros padres y madres como yo que se desviven por darle lo mejor de ellos a sus vástagos. Sufro al ver a los padres de Gabriel pidiendo ayuda para encontrar a su pequeño.

Vivimos en una sociedad donde somos cada día más vulnerables, a pesar de que pensemos que nuestra seguridad aumente porque nuestra casa o nuestro coche sean mejores. La fragilidad del ser humano se mide por esa capacidad de que se nos rompa el corazón por tragedias como las que vivimos de cerca o que nos llegan de lejos. Hablarles de Siria y los infiernos en vida para los niños que nos despachan las televisiones revuelven las tripas. Que la guerra no me sea indiferente, cantaban Ana Belén y Víctor Manuel. Ahora sus consecuencias y sus víctimas llegan directamente a la mesa de comer, sin más aditivos que la sangre y el polvo de los edificios destrozados por la metralla. Y es solo una parte lo que vemos. No hay mayor indignación que la impotencia.

Mientras tanto, nos llegan las tragedias cotidianas como la desaparición de Gabriel, puñales en las casas donde hay niños como él. Igual que usted, igual que yo. Quiero seguir buscando la noticia en internet de que por fin le han encontrado.

*Periodista.