Escritor

Nos estamos cebando en ellos como se cebaron en mi. Todo sigue igual y ahora nuevamente en el demonio llevando las tenazas para trincharnos como si fuéramos una salchicha. El infierno existe. Los niños, los pobres, no lo saben ni lo sabrán jamás. Los padres los llevan a los grandes híper donde las criaturas se desfogan tirando o cambiando de sitio las cosas que se las quitan las madres de las manos. Uno quiere una fanta , otro chocolate, este otro un ordenador. A veces la familia logra enfrentarse en los mismos híper discutiendo sobre alguna marca de dodotis que recuerda aquella película de Woody Allen donde durante una compra en uno de estos almacenes se plantea un divorcio entre el padre y la madre por querellas comestibles. A la par los híper son verdaderos desfiles de modelos, alguno con cierta eroticidad. Delante de la tienda de deportes, la locura colectiva.

Por una avenida de Badajoz, un grupo de niños, con balón de reglamento, avanzan hacia algún descampado, uno con la camiseta del Bar§a, otro la del Atlético e, indiscutiblemente, otro con la de Ronaldo del Real Madrid. El grupo lleno de colorido va henchido de gozo. Al pasar junto a ellos, les pregunto por la camiseta del Badajoz, y tengo que alejarme a toda prisa. Una santa ira se refleja en sus rostros y me dedican befas de todos los grosores:

--Venga, so tío viejo...

--Cómpratela tú...

--Vete a la mierda...

Sabía lo que me ocurriría y por eso lo hice. Se sintieron ridiculizados, como se ha sentido Aznar o la señora Aguirre, y la respuesta se llena de ira. A Berlusconi le pasa lo mismo en el Parlamento Europeo cuando le recuerdan que uno de sus ministros no tiene piedad de los inmigrantes, que mira por donde en los próximos años van a poner a prueba nuestro sistema democrático.

Lo de los niños de Badajoz es un síntoma. Así no es extraño ver a esta ciudad con más mierda que un jamón serrano. Una ciudad desamada hasta hacerla desaparecer del propio corazón de los niños, que aman antes al Atlético de Madrid y a Jesús Gil, que a Celdrán, al que votan sin mirar sus padres.