Cada vez hay más palabras importadas del inglés que parecen designar realidades nuevas o desconocidas. Pero muchas, en esencia, son lo mismo. Los leggins no dejan de ser unas mallas rebautizadas, hacer algo cool es lo mismo que hacer algo guay y los cada vez más famosos workshops, ¿qué son sino talleres de trabajo? Pero, paradójicamente, hay en el uso del término un matiz de diferencia.

El inglés aporta al concepto un sentido globalizado, un valor de trascender, de saltar fronteras. También ocurre con ideas más importantes como el bullying, que hace referencia a nuestro preocupante acoso escolar en un contexto global. Este problema lo compartimos muchos países en Occidente, pero ¿creen que la solución podría ser también la misma? Finlandia, por ejemplo, está poniendo freno a este mal gracias a un programa estatal (Kiva) basado en preceptos que parecen sencillos: dejar de aplaudir al abusón de la clase, al que ejerce el acoso. El exitoso programa nórdico evita poner la lupa en la víctima, no trata de buscar los detalles que le han convertido en tal; como tampoco persigue hallar las causas de que el acosador lo sea. El objetivo principal es enseñar al conjunto de la comunidad educativa cuáles son las conductas y situaciones que lo definen y conseguir que por sí misma, al desaprobarla, la expulse. Al acotarlo, una amplia mayoría entiende que no está bien, que no es divertido y que ni tan siquiera son actitudes tolerables. Así, cuando ocurren en el patio de clase, o en el aula, sin que ningún adulto esté cerca, lo reconocen y dan de espalda al abusón e incluso lo condenan y reprochan.

En este proceso, es necesaria la implicación de todos: profesores, padres y, por supuesto, estudiantes. Es imprescindible que sea un trabajo conjunto: identificar, señalar y reprobar para que nunca se aplauda al abusón. Un abusón que, en un necesario ejercicio de abstracción, podría tomar la forma de padre o madre irrespetuosa, de profesor que ignora sus responsabilidades o de cualquiera con actitudes machistas o violentas. Porque el origen del acoso puede transcender las fronteras de los centros educativos.

Ahora bien, este es un programa estatal, con una implicación (económica y de respaldo) total del Gobierno. Algo que parece difícil en la actual España en la que la inversión (o gasto, como preferimos denominarlo) es muy inferior a la media europea (y habrá nuevos recortes). Una España con una realidad muy distinta a la de Finlandia, con ratios en las aulas de hasta 39 alumnos, con profesores saturados y poco cuidados y con cambios constantes en las leyes educativas.

Quizás este método finlandés no sea el mejor para nuestro país, quizás sean muchas las diferencias culturales y educativas. De momento, aquí hemos dado un paso y desde mañana, 1 de noviembre, hay un teléfono de atención especializada (900-018-081), que estará disponible 24 horas, 365 días. Ha costado ponerlo en marcha y se espera mucho de él. Pero, aunque útil, no parece que esta herramienta pueda acabar definitivamente con el problema.

Lo que está claro es que es necesario ya un debate serio en el que suban a la palestra expertos, profesionales que conozcan la realidad, profesores. Aquí estamos hablando de niños y jóvenes que pueden ver truncada (incluso acabada) su vida si no le damos prioridad absoluta. Al final, hablemos en el idioma que hablemos, lo que está claro es que existen necesidades y derechos que son y siempre serán universales.