TUtno de los aspectos más preocupantes de la grave situación política en la que estamos instalados es que da la sensación de que una parte importante de la ciudadanía parece convencida de que los males o bienes sociales sobrevienen mágicamente, y son tan inevitables como dependientes de la providencia. Pero esto es radicalmente falso, y lo peor no es que sea falso, sino que nos puede conducir a la melancolía y, finalmente, a la resignación y la completa desmovilización social.

Lo cierto, lo radicalmente cierto, es que si en su ciudad hay más o menos limpieza es porque los responsables del Ayuntamiento han invertido más o menos recursos en campañas de concienciación, en mobiliario urbano y en personal específico, además de llevar a cabo una gestión más o menos eficaz; lo cierto es que si tiene usted que esperar más o menos días para que le atienda su médico especialista, será porque el gobierno autonómico ha invertido más o menos en personal sanitario, y porque los servicios se gestionan con mayor o menor competencia; si es usted homosexual o tiene algún familiar o amigo que lo sea, y puede disfrutar de los mismos derechos que un heterosexual, es porque a un grupo de ministros reunidos en consejo y una mayoría de diputados en el parlamento, les pareció bien que así fuera; y si la legislación hipotecaria en España va a tener que cambiar, evitando abusos en los desahucios, será entre otras cosas porque los juristas que se sientan en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, cuyos dictámenes son de obligado cumplimiento para los Estados miembros, así lo consideraron.

XPERSONASx como usted y como yo se levantan por la mañana, se preparan para salir de casa, desayunan y van desde su domicilio al Ayuntamiento, la sede de la Comunidad Autónoma, el Palacio de la Moncloa, el Congreso de los Diputados o las oficinas de la UE en Bruselas o Luxemburgo; se sientan en sus sillas de trabajo, se reúnen para deliberar y toman decisiones que firman y plasman en un papel. A partir de ese momento, nuestra ciudad estará más o menos limpia, tendremos que esperar más o menos para ser atendidos cuando tengamos un problema de salud, podremos casarnos o no si somos homosexuales y tendremos más o menos dificultades con nuestras hipotecas. Esto es lo que hay.

Asimilar cómo son las cosas ayuda a extraer conclusiones adecuadas. Por ejemplo, que no es indiferente quiénes sean esas personas, porque dependiendo de quiénes sean, nuestra vida será diferente; que sus decisiones son tan importantes para nosotros, que tenemos el derecho de exigirles responsabilidades cuando su trabajo hace que nuestra vida sea más complicada o menos feliz, así como de premiarles cuando es al contrario; que es importantísimo conocer quién, cómo y cuándo toma esas decisiones, porque solo así podremos llevar a cabo esa exigencia con rigor, contundencia y probabilidades de éxito; y, en fin, que el desempleo o la pobreza extrema, por ejemplo, no son plagas bíblicas de origen desconocido, sino consecuencias de decisiones equivocadas (o perversas) de personas a las que elegimos y pagamos para que acierten.

La política es tan relevante, tan insustituible para el noventa por ciento de la población que no tiene su vida solucionada, tan decisiva en la consecución de nuestro bienestar, que debemos hacerla nuestra: informarnos, comprenderla, influir en ella, adueñarnos de ella; en contrapartida, los poderes públicos están obligados a informarnos, a ayudar a que la comprendamos, a permitir que nos adueñemos de ella.

En la antigüedad miraban al cielo esperando que el don de la supervivencia les fuera concedido, hasta que el hombre comenzó a comprender que debía y podía ganársela; en los siglos XVII y XVIII los europeos decidieron dejar de esperar a que los monarcas absolutistas les regalaran la libertad, y la conquistaron; ahora, miramos la televisión para comprobar si los nuevos o viejos dioses han decidido que suba o baje el paro. Pero la política no crece en los árboles, no consiste en esperar a que caiga la fruta madura. El bienestar de nuestros antepasados jamás, jamás, les fue otorgado como un don. Lo tuvieron que pelear con la pasión y el riesgo de quien se sabe soberano de su destino.