TEtl pasado 18 de julio se conmemoró el 70 aniversario del comienzo de la guerra civil y los medios de comunicación se volcaron en rememorar el inicio de este trauma colectivo. Pasado el fogonazo de la efeméride, queda en la sombra el recuerdo individual de miles de familias que un mal día vieron desaparecer a alguno de los suyos: lo arrancaron de su hogar, lo asesinaron y lo arrojaron para siempre en una fosa común o en una cuneta. Un recuerdo que se avivará hoy o mañana o dentro de semanas o meses.

Nuestro país está cubierto de estos infames cementerios innominados en los que yacen miles de hombres y mujeres. ¿Cuántos? No se sabe exactamente. Es esta una de nuestras asignaturas aún pendientes de nuestra historia. Quienes se están ocupando de abrir las fosas llevan ya rescatados en los últimos años más de 900 cadáveres y calculan que en total pueden ser más de 90.000 las personas ejecutadas y enterradas en esas condiciones. Es sólo una estimación que puede quedarse corta.

Cada vez que se produce un nuevo hallazgo, cada vez que alguien reclama un mayor interés de las instituciones públicas para acelerar este doloroso proceso, alguien se apresura a acusarlo de fomentar el rencor, de resucitar fantasmas, de reabrir viejas heridas que consideran cicatrizadas por el tiempo. Casi siempre son los mismos y sorprende en muchos de ellos esa mirada asimétrica sobre la Historia que considera inconvenientes estas iniciativas mientras asisten fervorosos a la beatificación de los otros mártires sin ponerle pegas, sin considerar que eso reabra herida alguna.

Pertenezco a una generación de españoles que por fortuna ni vivió la guerra ni tiene familiares que buscar en esas tumbas. Sencillamente nos parece ignominioso que compatriotas nuestras sometidos a una muerte indigna permanezcan enterrados de manera indigna, sesenta años después. Creo que quienes pensamos que el mínimo sentido de la justicia exige que sus cuerpos sean exhumados y reciben un entierro digno o que al menos se dignifique el lugar en donde fueron arrojados como perros y enterrados bajo la losa de la tierra y el olvido no necesitamos dar más explicaciones.

Convendría, sin embargo, que se explicasen mejor quienes consideran conveniente que nada se toque, quienes piensan que la memoria puede seguir oculta para siempre bajo el asfalto de una cuneta.

*Periodista