Confieso que prefiero ver ganador al senador Obama en las elecciones presidenciales en USA. Pero a renglón seguido aclaro que esta preferencia mía se basa --simplemente-- en valoraciones e inclinaciones hacia determinados aspectos de estética política; nada más. Veo con cierta alarma cómo se está extendiendo y asumiendo la idea de que estamos ante un cambio importante en la política norteamericana. Me temo, si se confirma lo que auguran las encuestas, que se pase en poco tiempo de la ensoñación a la enésima frustración postelectoral.

La llamada mayor democracia del mundo (será por su vasta extensión territorial) es un imperio vertebrado y gestado, desde los emigrantes del Mayflower (1620) hasta la actualidad, en el espíritu y valores de una sempiterna conquista de territorios, poder económico, mercados y supremacía militar junto con un trasunto de calvinismo, devenido en puritanismo, enraizado en la mayoría social y en las estructuras político-administrativas.

XEL HOMBREx que llegue al máximo puesto de mando de esa nave es consciente de que el voto recibido se enclaustrará en casa y él quedará con la responsabilidad de dirigir y orientar la singladura de la misma. Lo que ocurre es que la hoja de ruta, la carta de navegación, la alta oficialidad y una parte no desdeñable de la marinería están troquelados por el acervo de acontecimientos, intereses e incluso imaginarios colectivos, que han construido a este precipitado histórico como primera potencia mundial. El que las otras potencias menores congregadas en Washington para estudiar las salidas a esta magna crisis no hayan puesto objeción para hacerla en vísperas de un relevo en la más alta magistratura del país convocante indica que todos saben y aceptan cuan poco van a variar los ejes estratégicos claves en la hegemonía del estado anfitrión. Unos ejes que, por cierto, se reflejan en los presupuestos estatales con sus ingresos por fiscalidad y su exiguo gasto público correspondiente.

Kennedy fue asesinado quedando prácticamente inéditos los hitos de su Nueva frontera aunque sí le dio tiempo para apoyar la frustrada invasión a Cuba o la progresión en la guerra de Vietnam. Clinton , otra esperanza del Partido Demócrata, intensificó el bloqueo contra Cuba (ley Helms-Burton) y lideró la guerra de agresión contra Yugoslavia y otras intervenciones menores. Y es que en determinadas coyunturas históricas lo que ha de hacerse por el bien de los intereses oligárquicos (so capa del patriotismo) necesita de una mano y un rostro enaltecidos por el aura del cambio y la renovación. Y eso es así más allá de las prendas personales del elegido para esta misión.

Con el mayor endeudamiento público que se conoce, 10,2 trillones de dólares, un Wall Street con arritmia bursátil, una banca desahuciada y asistida desde el erario público, una estrategia de política exterior totalmente errónea y violadora del derecho internacional, una involución en los derechos humanos y las garantías democráticas ciudadanas, un fracaso como estado asistencial y una brecha creciente entre una minoría bien instalada y una mayoría en proceso de empobrecimiento cuando no de depauperación, y todo ello en el marco de un crisis global de civilización dominante, necesita de tales reformas, apoyos cívicos militantes cambios estructurales que sería entrar en guerra con los intereses de las petroleras, las lobbys, los cartels y trust mediáticos, los negocios en Iraq, el lucro expectante en Afganistán, el sionismo y una parte importante de la población enganchada en la ideología de la patria elegida por Dios. La intelectualidad lúcida y por ende crítica, que la hay, los defensores consecuentes de la democracia ciudadana, los derechos humanos y un cambio hacia una nueva conciencia nacional e internacional, que también los hay, pesan poco por desgracia hoy por hoy en aquellas latitudes.

Dentro de un año y por estas fechas, compareceré ante los lectores, si así lo estima la dirección de este periódico, para seguir analizando el proceso que supuestamente empieza el 4 de noviembre o, en un su caso, para cantar la palinodia.