Ya hace tiempo que, según las encuestas, una de las mayores preocupaciones de los españoles es la clase política, es decir nuestros políticos, quizá incluso por delante del terrorismo. Y en este caso las encuestas no mienten. El hecho se puede apreciar leyendo la prensa; desde las tribunas abiertas al ciudadano común que significan las secciones de cartas al director, pasando por las columnas de los periodistas, y finalizando por los artículos, cada vez más frecuentes, de políticos retirados de esta actividad. Y probablemente no es culpa del pueblo. El corazón del los españoles todavía late. Como se puso de manifiesto con las últimas victorias deportivas, el español está deseoso de tener una excusa que le dé la oportunidad de sacar a la calle su bandera, o de colgarla en su balcón. Pero desgraciadamente las victorias deportivas no se prodigan, ni van a ser eternas, por tanto no hay demasiadas oportunidades para enorgullecerse; más bien ocurre lo contrario, cuando nos sentimos doblegados por grupos de presión o por países de cuarta fila. Como acertadamente han señalado varios políticos alejados de la política activa, de los que cabe presumir, por tanto, análisis no interesados; el problema radica en que la política ha pasado a ser una profesión, una actividad en la que el mérito más valorado es la lealtad al jefe; ya no es un servicio a la comunidad, sino un trabajo más. Es urgente por tanto una renovación, un cambio que no puede venir sino de los propios políticos, y que, en consecuencia, inspira poca confianza.

De ahí el título, o los políticos son unos ignorantes y no entienden nada, o peor aún, lo entienden y no quieren hacer nada. ¿Qué podemos hacer los ciudadanos? Ojalá tuviera la solución, pero no es así. Solo se me ocurre emplear la única arma de que disponemos: el voto.

Luciano Ibáñez **

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