La sacralización de los partidos en el sistema político español —algunos lo llaman «partitocracia»— ha consolidado un esquema mental que dificulta enormemente el trabajo a largo plazo. En algún momento habrá que modificar el edificio constitucional español que consagra la manifestación de la voluntad popular, en exclusiva, a los partidos políticos (artículo 6). Mientras tanto, hay que apañarse con lo que hay.

Es fácil observar que la competición electoral lo convierte absolutamente todo en objeto de disputa partidista. Cuatro décadas de constatación de este hecho debería ser suficiente hasta para quienes viven con una venda sobre los ojos. La crisis sanitaria del covid-19 no es la primera vez. Ni será la última, si nadie lo remedia. Pasó con el terrorismo de ETA, con el 11-M, con catástrofes naturales, con accidentes y, por supuesto, con la interlocución internacional en momentos críticos. Da igual. Todo sirve para contar votos.

Dicen los mayores que al terminar la dictadura los acuerdos fueron posibles porque había un objetivo común, que era construir un Estado democrático. ¿Acaso no es suficiente motivador el objetivo de que el Estado permanezca en el tiempo? Sería muy ingenuo, o muy cínico, afirmar que esa permanencia está asegurada por el simple hecho de desearla.

El corto plazo de las elecciones lo consume todo en una pira interminable. Así, se imposibilita la planificación del Estado a largo plazo. Y un Estado que no se planifica a largo plazo acaba siendo inviable. No es una profecía, es la aplicación de la ciencia política. Pueden ser cinco, diez, veinticinco años, da igual. O el sistema político español se repiensa profundamente o España está abocada a ser un Estado fallido en un plazo no excesivamente largo.

Ya lo es en algunos aspectos. Quizás el más destacado es la estructura territorial. Que el líder de la oposición llegue a decir que «las CCAA que gobernamos son el mejor contrapeso del Gobierno central» lo expresa con absoluta claridad. Las CCAA no pueden ser contrapoder del Gobierno, no deben serlo. Pero lo son. La diferencia entre el actual líder de la oposición es que su torpeza e inexperiencia política le llevan a verbalizar lo que otros callan, y lo que casi todos han callado desde 1978. Pero lo cierto es que las CCAA, además de generar redes clientelares añadidas a las que ya existían, se han convertido en órganos de poder para personas y partidos. Es tan obvio para cualquiera con sentido común, que si no se quiere que a corto plazo triunfe el discurso de VOX, es absolutamente urgente una reestructuración y cierre del sistema territorial.

El concepto que ha perdido de vista la clase política contemporánea es que el Estado no se identifica con un Gobierno central coyuntural. El Estado es el conjunto de instituciones y administraciones públicas, y no solo en un momento dado, sino a lo largo de la historia. La continuidad histórica de un Estado pasa por entender bien esto y grabarlo a fuego en la práctica política cotidiana.

El Gobierno de España ha cometido errores en la gestión de la crisis sanitaria del covid-19, esto es una evidencia para cualquiera. Pero eso no legitima a la oposición para desentenderse de sus responsabilidades. Y no solo de las actuales, depositadas en los gobiernos autonómicos donde manda, sino también en las precedentes. ¿O acaso el actual Gobierno tiene que responder de la foto fija del sistema sanitario que dejó Rajoy, después de permanecer en el poder durante casi ocho años?

No, el Estado no es el Gobierno central actual. El Estado es la continuidad institucional desde 1978 hasta hoy. Y abarca mucho más allá de Moncloa. Por eso no se entiende que se ponga al Estado en peligro en aras del éxito electoral. De hecho, «todos somos Estado», yendo a la raíz democrática en la que se fundamenta el edificio jurídico. Los partidos políticos deben entender esto urgentemente. Si no, el divorcio con el pueblo —que ya es enorme— pondrá en peligro, más pronto que tarde, la continuidad histórica de España tal como la conocemos. El proyecto de 1978 debe transformarse radicalmente, o no sobrevivirá. Algunos lo llevamos diciendo una década, pero la clase política se resiste, y hoy estamos más lejos que nunca de hacerlo ordenadamente.

*Licenciado en Ciencias de la Información.