Parece que aún flamean las banderas de España que, a millones, parecían haber salido de un armario, guardadas pudorosamente durante muchos años. Era como un torrente que invadió calles y plazas, balcones y azoteas. Era como ese borbotón de agua que sale por el aliviadero sin que nada lo contenga. Pero ¿qué había pasado para que esto sucediera? Que España jugaba un Campeonato del Mundo de fútbol, y había que alentar a nuestros muchachos con lo mejor que teníamos: la bandera. Pero, hace más de tres décadas, su exhibición se consideraba como de fachas, franquistas o de algún trasnochado alérgico a la democracia. Error mayúsculo. Mentira de bulto y cínico descaro, por su falsedad y sectarismo. Se escondía la bandera, por el burdo pretexto de que la España de Franco la había usufructuado, durante 40 años. Un fútil motivo, que daba risa. Pues aquélla no era de nadie, sino de la Patria, tejida en los viejos telares de la historia, tras siglos de lucha, esfuerzo y mucha sangre derramada. Su vuelo se inició en los reinos de Castilla y Aragón, con sus pendones carmesíes, entre castillos y leones, barras y cadenas, que alcanzaron brillo con los Reyes Católicos.; se hermosea con Felipe el Hermoso y Juan la Loca y emerge, épica y blanca, con Carlos V , en la batalla de Pavía. Pero evolucionó su diseño, llamándose, con Felipe V de Borbón , la Coronela, para arribar al reinado de Carlos III , ya encarnada y amarilla, con tres listas. Posteriormente, fue Isabel II , la que, en 1843, le dio carta de naturaleza, con sus tres franjas- doble de ancha la del centro- llevando el escudo de armas. Llegada la II República, siguen las tres franjas, pero morada una de ellas. Y, en el franquismo, volverá la anterior, con su escudo arropado por el águila de San Juan. Por fin, la democracia, en diciembre de 1981 nos daría la forma actual, y, el 5 de octubre fijaba su escudo. Por todo ello, la bandera española, que tiene raíces históricas muy hondas, nunca se deberá esconder más, sino mostrarse en todo tiempo y lugar, por ser patrimonio de todos, alivio y coraza en las trincheras, jurada en la milicia y salpicada con la sangre de muchos patriotas, después de pasar por momentos de tragedia, para envolver, luego, los féretros de muchos soldados. Han sido, pues, altos sus laureles de gloria, pero, como dice el poeta, también ha estado, fiel y puntual, en la desdicha grande de toda Nación.