De vez en cuando tenemos que dejar de flagelarnos --los periodistas somos responsables en buena medida de ese ver casi todo mal--, aunque como dejan claro los ciudadanos ni nos merecemos lo que nos pasa ni aprueba ningún político. Dice Zapatero que para ganar unas elecciones hay que merecérselo. Palabras, sólo palabras. La historia está llena de políticos que no se han merecido ganar unas elecciones... pero que se han encontrado con que su rival las ha perdido y de otros que se perpetúan en el poder inmerecidamente.

Dicho eso, no somos Portugal, Grecia o Irlanda, que están quebrados o al borde del desastre. Estamos mal, pero nuestra economía aguanta. Todavía. Tampoco somos Italia donde la vergüenza de un presidente envuelto en permanentes escándalos y orgías de sexo con menores, no sólo no hacen dimitir a ese siniestro e impresentable personaje, sino que si hubiera elecciones posiblemente volvería a ganar porque la otra derecha es peor y la izquierda ni está ni se la espera. Es difícil encontrar un país donde la clase política haya llegado tan bajo y la ciudadanía acepte convivir con gobernantes indignos. Salvo las mujeres, un millón de las cuales salió a la calle para defender su dignidad, y los jueces, que tratan de sentar a Berlusconi en el banquillo de los acusados, el resto de la sociedad mira hacia otro lado y se hace cómplice de la prepotencia, el mal gusto y la chulería de un poderoso impresentable que transmite la peor imagen de Italia. Una imagen inmerecida, salvo que los italianos vuelvan a ratificarlo.

Tampoco somos Bélgica donde, 250 días después de unas elecciones, sigue sin haber Gobierno por la incapacidad de los partidos de alcanzar un acuerdo. Desde hace años, los Gobiernos belgas se forman con dificultad en Bélgica y se rompen a la mínima. Hay quien ha dicho que no se debería llamar Bélgica sino Absurdistán. Ahora han tenido que ser los jóvenes los que hayan salido a la calle, hartos de todo, para decir a sus políticos que ya está bien. Muchos de ellos han hecho un striptease físico para demostrar que "desnudos, valones y flamencos somos iguales". También los políticos.

Ni Portugal ni Irlanda ni Grecia ni Italia ni Bélgica. Algo mejor a pesar de nuestras dificultades y nuestras viejas heridas abiertas, del permanente revisionismo, del terrorismo etarra permanentemente amenazante, de los fantasmas de quienes siempre exigen un paso más, de los Eres fantasma, del escándalo por la dilación en renovar el Tribunal Constitucional o de ese oscuro asunto del Faisán. Y de los casi cinco millones de parados, de la economía que no funciona pero, sobre todo, del imposible consenso entre los dos grandes partidos que, en un momento de máxima crisis, no son capaces de aparcar sus diferencias y trabajar juntos hasta salir de la crisis. Aquí no sólo hay guerras entre las facciones rivales sino también entre los que comparten carné y disciplina política.