El 25 de diciembre de 2006 la revista Time ofreció en su portada como «persona del año» un «Tú» enmarcado en la pantalla de un ordenador, con un breve pie de foto: «Sí, tú. Tú controlas la Edad de la Información. Bienvenido a tu mundo». Así quiso Time certificar el quinto poder.

Casi trece años después comprobamos que la mayoría de las tendencias en Twitter las marca la parrilla televisiva, que las conversaciones más fértiles de Facebook tienen que ver con lo que publica la prensa tradicional, que muchas redes ya murieron (Tuenti, la más significativa), que las más «de moda» apenas si son escaparates para el cotilleo al estilo de la prensa rosa ya inventada (Instagram, singularmente) y que, en fin, los blogs personales han languidecido frente a las redes sociales.

El quinto poder que proclamaba Time sigue teniendo la potencialidad de serlo, pero sin duda la opinión pública se sigue conformando a través del cuarto poder y, muy especialmente, de la televisión. Internet, por el momento, queda reducido a una herramienta de difusión y, en el mejor de los casos —y aquí sí ha mostrado capacidad revolucionaria— en un método para realizar convocatorias ciudadanas de enorme impacto social y político.

En este análisis es crucial entender que los servidores donde se aloja Internet son de los mismos dueños que los medios de comunicación tradicionales. Por tanto, el cuarto y el quinto poder son en realidad la manifestación de un mismo poder económico que no forma parte de ninguno de los cuatro, sino que —a modo de «poder cero»— es previo a todos los demás. Por resumir, jerárquicamente: el poder cero es el poder económico, el poder uno es el poder judicial (que pone orden en los tres siguientes), el poder dos es el poder ejecutivo (con capacidad de transformar la realidad social no siempre con permiso del legislativo), el poder tres es el legislativo que representa a la ciudadanía, el cuarto poder son los medios de comunicación y el quinto sería Internet.

Si leen ‘El director’, escrito por el ex director de El Mundo, David Jiménez, llegarán a la conclusión de que el cuarto poder es las más de las veces una herramienta del «poder cero» para crear opinión. O, dicho de otro modo, para que no pensemos en lo que no quieren que pensemos.

Los medios de comunicación de masas, hoy, operan como los prestidigitadores: ponen el foco en un tema para distraernos de lo importante. Por eso en las televisiones —el medio más influyente todavía— todas las noticias versan sobre cuatro o cinco temas, que cubren un porcentaje altísimo de los informativos y que, además, en muchas ocasiones, no son las más relevantes para la ciudadanía.

Fíjense que con todas las estadísticas que nos dan es muy difícil encontrar datos sobre suicidios (no digamos ya sobre sus causas), sobre personas mayores que mueren en soledad, sobre enfermos que fallecen innecesariamente por no poder acceder a tratamientos, sobre familias con personas dependientes que sufren a diario verdaderos calvarios para vivir con dignidad, o sobre condiciones laborales de semiesclavitud en numerosos sectores donde trabajan millones de españoles (hostelería, agricultura, autónomos exclusivos, transporte, limpieza, etc., etc.).

Fíjense que excepto casos muy concretos que las televisiones convierten en espectáculo —logrando precisamente que no nos fijemos en el terrible telón de fondo— se habla muy poco del verdadero drama que existe en este país con los menores: abusos sexuales en las familias y en entornos que deberían ser seguros, niños robados, bullying cada vez más frecuente, niños con múltiples adicciones propias de adultos (alcohol, drogas, juegos, pornografía, etc.), violencia creciente de hijos a padres o de alumnos a profesores, la ingente cantidad de menores gravemente afectados por la violencia de género, la tragedia de los menores inmigrantes no acompañados, etc., etc., etc.

He citado solo algunos temas. Saben que podría citar muchos más que les importan a ustedes y a mí. Es todo aquello que ocurre mientras contemplamos la magia de la tele. Es la verdad. El espectáculo siempre fue más atrayente que la verdad, pero en sociedades tan complejas es muy importante que entendamos que votar sin saber la verdad hace que la democracia tenga los pies de barro.