No habrá confinamiento. La tranquilidad del ministro Illa para descartarlo contrasta con la inquietud de los expertos que lo aconsejan y de varios presidentes autonómicos que lo reclaman. El resultado es que la pandemia se vea menos como una enfermedad que como una gestión política.

En realidad, la pandemia empezó a verse como una gestión política enseguida, ya en los primeros días de la desescalada: poder salir de casa no fue una victoria contra el virus, cuya propagación se había reducido gracias al confinamiento, sino un derecho, como si el confinamiento, en lugar de una medida de salud pública, hubiera sido una prohibición similar a la de fumar en lugares públicos, por ejemplo, y, levantada la prohibición, se hubiera recuperado el derecho. He aquí la respuesta más repetida aquellos días, concretada en uno al que una televisión le preguntó cómo se sentía al poder volver a pasear después del confinamiento: “Ya teníamos derecho, ¿no?”. No hace falta decir que hablarle de derechos a un virus... Es decir, la queja (pues queja era) iba dirigida a las autoridades.

Desde entonces, y aunque las autoridades procuran responsabilizar de los contagios al comportamiento de algunos ciudadanos (por supuesto, elogiando siempre el civismo general), las quejas han ido derivando en protestas por la falta de soluciones, en especial desde que la pandemia empezó a ser tratada con diecisiete criterios distintos (y ninguno verdadero), es decir, desde que cada comunidad autónoma “dispone de las herramientas legales para hacer lo que en otros países llaman confinamiento”, que es lo que el ministro Illa repite cada vez que le hablan de un nuevo confinamiento. Es verdad que el virus tampoco es sensible a las pitadas, las manifestaciones, ni siquiera a las huelgas de hambre, pero las consecuencias de esta tercera ola de contagios tendrán al menos sus responsables concretos, particulares.

No es que no se sepa que el virus ignora fronteras, administraciones, decretos..., no es que no se sepa que, en efecto, hablarle de derechos a un virus es como ofrecerle una lechuga a un puma. Es que es necesario maldecir a los autoridades (“Piove, governo ladro!”) y, para hacerlo, basta con creer que gestionan la pandemia como gestionan los presupuestos. Alivia la impotencia, transfiriéndosela.

*Funcionario