Se llaman Devermut. Son Marta y Sara. Feministas, lesbianas y pareja en el mundo real y virtual. No les gusta que las llamen influencers, pero la verdad es que lo petan en las redes. No tienen pelos en la lengua y las podéis ver en su canal de Youtube entrevistando con la misma naturalidad y rigor a una actriz porno o a la alcaldesa Ada Colau.

Locas de sabiduría y con un gran sentido de la justicia, lo último que han creado ha sido una cerveza que lleva por nombre No me llames guapa. Podían haber escrito esa frase en un póster o una camiseta, pero como ellas dicen: «La verdadera revolución empieza en la mesa». Y es cierto. Me imagino a las familias que las pasadas navidades se han atrevido a colocarla en el centro de su mesa familiar. Seguro que ha dado de qué hablar y ha sacado los colores a algún cuñado o primo machistas. Mal vamos si lo tenemos que explicar, pero voy a intentarlo.

No se trata de que no nos guste que nos llamen «guapa». Se trata de que eso es algo que quiero que me lo digan mis amantes, mis amigos o mi familia. No tú, señor desconocido. Digo señor porque jamás en toda mi vida una mujer se ha dirigido a mí en medio de la calle y me ha gritado «¡guapa!» o algo parecido. Pero no es algo que pase solo por las noches o en lugares sórdidos. Ocurre continuamente. Y siempre que alguien te lo dice, notas dentro de ti que ese alguien no te valora en absoluto. Ese jefe que te pide: «Anda, guapa, tráeme ese informe». O ese taxista: «¡Hola! ¿adónde vamos, guapa?». No me imagino al mismo taxista diciéndole a mi padre: «¡Hola!, ¿adónde vamos, guapo?». Suena raro, ¿verdad? ¿Y esos hombres que no saben nunca cómo te llamas? Esos son los que siempre te llaman guapa. Y lo hacen porque no ven nada dentro de ti, solo eres, como decía la gran Care Santos en un maravilloso artículo titulado El principio de la pitufina, solo eres una mujer. Nada más. La pitufina.

POR DESGRACIA, eso es algo que nos pasa a las mujeres desde pequeñitas. Esos tíos abuelos o esas madrinas que cada Navidad te decían: «¡Qué niña más guapa!». Como si eso fuera algo que nosotras pudiéramos escoger. A nadie se le ocurría decir: «¡Qué niña más graciosa», «qué niña más divertida» o «qué niña más lista». Los niños eran tan listos como papá y las niñas tan guapas como mamá. Al llamarte guapa parecía que eras mala en todo lo demás. Por no hablar del daño que esto provocaba en nuestra autoestima. Muchas somos las que nos echamos las manos a la cabeza cuando algún partido político que no me da la gana nombrar pone en duda la violencia machista y la equipara a la violencia contra los hombres, los niños o los abuelos. Mal vamos si tenemos que explicar eso también. Las mujeres que han muerto en manos de sus parejas o que han sido violadas en los 13 días que llevamos de año son mujeres y no hombres. Y sus verdugos son hombres y no mujeres. Eso es así y no hay discusión. Una mujer asesinada por su pareja en Cantabria, una nueva manada en Alicante, una mujer encontrada dentro de un armario herida y aterrorizada en Murcia por el ataque de su marido, un hombre que apuñala a su ex en Tarragona.

Es un problema global que se tiene que afrontar desde la raíz. Pero pocos son los padres que se atreven a educar a sus hijos poniendo la lupa en esto. Muchos siguen educando a las niñas para que se protejan, pero nada hacen para que sus hijos no se conviertan en maltratadores. Se les llena la boca de igualdad y se ofenden si les dices que hay que poner el foco en ellos, en los niños. Es muy duro imaginar que tu hijo puede ser un potencial asesino o un violador. Pero sí lo puedes hacer con la niña, ¿por qué no con el niño? No te cuesta nada imaginar que a ella la raptan, la violan o la matan. Le dices que no se ponga minifalda, que se proteja, que no beba, que vaya con cuidado. No te cuesta nada ver a tu hija como víctima, en cambio, eres incapaz de ver a tu hijo como verdugo. Educan a sus hijos en la igualdad dicen, pero no puede ser. Aquí no hay igualdad. Para nada. Este es un problema de género.

47 MUJERES murieron el año pasado asesinadas a manos de sus parejas o exparejas hombres. Tiene que ser duro como madre o padre pensar algo así, pero hay que enseñar a los niños a controlar sus impulsos, su testosterona, su fuerza. Que no deben identificarse con las manadas que salen por la televisión. Enseñarles que si van por la calle y se encuentran a una mujer sola por la noche, lo que tienen que hacer es apartarse para no asustarla. Que suban por las escaleras y dejen a las chicas solas en el ascensor. Educarlos para que no se queden callados ante el machismo. Siempre pensamos que nuestro hijo jugará en el equipo de los buenos. Nunca pensamos que será el acosador, el que practicarábullying en el colegio o el que llamará guapa a las chicas desconocidas. Mientras no pensemos en ello, nada va a cambiar.