Según los últimos rumores, el Bombo de la Música del cacereño Paseo de Cánovas, lugar donde la banda municipal alegra las noches veraniegas y las festividades a los entristecidos ciudadanos, y punto de encuentro de la juventud de la capital, va a desaparecer. Por supuesto el ayuntamiento de la capital no se ha enterado todavía, pero todo apunta a que se prepara una política de reconversión de bombos de música que llevará este simbólico y querido de Cánovas a Mérida para que, siguiendo el camino de Radio Nacional y otras delegaciones, se reduzcan gastos y el proceso de jibarización de la ciudad cacereña no pare.

Tampoco paran aquí los rumores: a día de hoy se oye que también podría ser trasladada la ciudad monumental, en este caso, no porque haya excedentes de ciudades medievales, sino porque Cáceres, poco a poco está siendo desmontada y desmantelada y el personal no querrá vivir en un baldío ni los turistas acudir a lugares abandonados y desérticos de donde desaparecieron los reclamos artísticos, y donde, dentro de muy poco, la población se reducirá, si no cambia de inmediato el gobierno municipal, a cuatro viejecitos, recogidos en el asilo de los ancianos, que arrastrando sus pasos por Cánovas serán los únicos que puedan explicar al personal que por error llegue a la ciudad, lo que ésta era cuando tenía un gobernador o una Delegación del Gobierno, un centro de instrucción de reclutas, el cuartel de Santa Isabel, el Banco de España, Radio Nacional, la fábrica Wechterbasch, un equipo de baloncesto en la ACB, una universidad briosa atestada de jóvenes, que llenaba la ciudad de alborozo y esperanza.

XTODA ESAx riqueza institucional se perdió en una década de gobierno municipal negra y aciaga, que acabó con la primacía de la capital cacereña y primera ciudad de la provincia, gracias a la falta de reaños, capacidad y carácter de quienes no teniendo ninguno conocido, no solo aciertan a seguir al frente de la ciudad, sino a vivir sanos y gordos, y aún cómodamente establecidos, colaborando a la progresiva destrucción de la misma.

Este columnista no tiene vis cómica ni la busca y si esta vez emprende el camino del sarcasmo y hasta pretende sonreír, es, como el lector bien sospecha, por no tener que llorar.

*Licenciado en Filología