El ministro de Sanidad británico se llama Matt Hancock pero, antes que por el nombre, se distingue de su colega español por una impenitente sonrisa. En efecto, Salvador Illa siempre pone cara de estar mirando al virus a los ojos. El responsable de combatir la pandemia en el gabinete de Boris Johnson ha provocado un escándalo de al menos diez minutos, al implorar desde la BBC que «no mates a tus abuelos, contrayendo el coronavirus y contagiándolo a otros». Sorprende la facilidad con la que se asignan homicidios, en el mismo mundo donde hay que adosarle el «presunto» a Rajoy cada vez que se habla de fechorías del gobierno Rajoy.

«No mates a tus abuelos» es el himno de la segunda temporada de la covid, a falta de adjuntarle una música pegadiza. Tal vez porque la proporción de desenlaces fatales se viene estabilizando a la baja, la histeria ha adelantado a la pandemia para mantener el ritmo de combustión adecuado. Por ejemplo, no se necesitaban las grabaciones del egregio Bob Woodward para confirmar que Trump relativizó la magnitud de la pandemia, y la proverbial imprudencia del presidente no empeora a un Joe Biden refugiado en su madriguera desde marzo.

Tampoco se necesita ser politólogo para concluir que el comportamiento edulcorante de Trump se corresponde con una característica compartida por todos los dirigentes políticos. Una cosa es no instrumentalizar la manifestación del 8M, y muy otra olvidar que nunca se debió haber realizado, con la aprobación de gobernantes de diverso pelaje. La expresión «una simple gripe» no pertenece al patrimonio exclusivo de la derecha reaccionaria estadounidense. De hecho, el presidente de telebasura debería preocuparse por las incursiones cada vez más numerosas en la ortodoxia de su gremio, que pueden costarle la reelección. De nuevo, los datos de la pandemia en España desbordan claramente por su gravedad a los estadounidenses en las dos oleadas. El que esté libre de coronavirus, que tire la primera piedra.

La culpabilización indiscriminada por los contagios distorsiona los riesgos inherentes a la vida en común, hasta extremos delirantes si no hilarantes. Los criterios utilizados para atacar colectivamente a la juventud juerguista operan en estricta obediencia a las siguientes premisas: Un coche que gira a la derecha deja vía libre al vehículo que circulaba detrás, para acelerar y atropellar a un niño que cruza la calle unos metros más allá. Ergo, el conductor que viró en atención a sus egoístas intereses es cómplice de homicidio, porque su constancia en la carretera principal bloqueaba nada menos que una futura muerte, y se desvinculó de esta responsabilidad hipotética.

También los jóvenes son culpables de cumplir con los impulsos de su edad en tiempos de coronavirus. Qué conveniente resulta el himno «No mates a tus abuelos», la oportunidad de descargar las responsabilidades políticas sobre el colectivo de los adultos más inocentes, castigados cada década en sus aspiraciones y en sus libertades. Los datos epidemiológicos de los menores de treinta años no justificaban en ningún caso sus confinamientos medievales de la primavera. Por tanto, los presuntos cómplices o autores del exterminio de sus mayores ofrecieron por el contrario un ejemplo de respeto a las víctimas propiciatorias de la pandemia. En vez de reconocerlo, se les imputa la vigencia de la covid.

Por volver a la reactivación de los eméritos Rajoy y Juan Carlos I, es curioso que los culpabilizadores de adolescentes no asocien al coronavirus las cantidades obtenidas por los citados padres de la Patria mediante procedimientos cuando menos oscuros. Con el dinero descubierto y el ignoto se podrían pagar respiradores y camas de UCI. En efecto, este silogismo peca de demagógico, la verdadera justicia es amargarle la vida a un veinteañero que desea festejar su graduación. Este párrafo debería servir para aplicar también a los jóvenes el delito nada presunto de malversación, en cuanto que su inconsciencia dispara el gasto sanitario.

Los extraños vericuetos de la lógica conducen a que los defensores antaño de una afección griposa, detecten hogaño a los criminales que insisten en recuperar la cotidianeidad. La impugnación por edades, la mera insinuación de que los nietos matan a sus abuelos, contiene una enmienda no siempre ingenua a la convivencia. En una cabriola inesperada, solo el miedo a un desmoronamiento económico impide volver a enarbolar el fantasma del confinamiento. En bruto, el dinero rescata a las libertades. La sociedad no ha quedado inmunizada contra la covid, pero sí contra las propuestas maximalistas. Como dice el epidemiólogo de cabecera sueco, «no es un esprint, es un maratón», distancia en que los participantes mejoran con la edad.

*Periodista