TDtesde el periódico me observa un hombre indudablemente guapo, de mirada azul brillante, limpia y resuelta. Detrás de él, los ojos febriles de su compañero. Son Oscar Pérez y Alvaro Novellón durante su ascensión al Latok II en el Karakorum pakistaní. El hombre de la mirada clara ya estará muerto. Quiso alcanzar la cumbre y al descender se le quebró la vida. Le veo, joven y hermoso y me pregunto: ¿Qué es lo que ha movido siempre al hombre, la obra maestra más débil de la naturaleza, la débil caña pensante, a enfrentarse a gigantes irreductibles, emprender ascensos vertiginosos, travesías desmesuradas, vuelos suicidas, o cualquier batalla al filo de lo imposible? La fuerza, la atracción por la aventura, el riesgo y la gloria que desde los orígenes de la historia han empujado al minúsculo animal racional en su lucha por conquistar retos inalcanzables, emprender inciertos viajes en carabelas, conquistar los recónditos extremos del globo, ascender cumbres infinitas, recorrer desiertos, llegar a la luna- El reto que vencieron o en el que sucumbieron Livingstone , el capitán Scott, Colón, Magallanes, Lindberg y todos los héroes o visionarios que han ido construyendo y engrandeciendo nuestro mundo. Aunque murieran intentándolo. Y no fracasaron. Pese a que en Pakistán todo lo que podía ir mal ha ido peor: el mal tiempo, la poca aclimatación de los rescatadores, la precaria situación física de Oscar, la peligrosa ruta inédita, las trabas burocráticas, la falta de medios y sobre todo el riesgo de dejar más vidas allí, nos consolamos pensando que se queda en la montaña a la que amaba, pero sabemos que amaba más vivir. Porque se ha hecho todo lo humanamente posible, pero no ha sido suficiente, y la naturaleza ha vuelto a probar su poder. Oscar perdurará en la alta cumbre junto a los espacios infinitos y los abismos, para siempre eterno en el desafío, el riesgo, la superación, la altura y la grandeza. A nosotros sólo nos queda decir: "No mueras, ¡Te amo tanto!" aunque el cadáver, ¡ay! siga muriendo.