En los últimos tiempos nos estamos acostumbrando a escuchar como nuestros representantes políticos alimentan su discurso de guerrilla simplona hablando en nombre de los ciudadanos ocupando minutos o líneas en los medios con el único objetivo de convencerse a ellos mismos y a sabiendas de que lo que afirman será más cierto cuantas más veces sea repetido. Un acto de retórica necesariamente cargado de sentimentalismo y de una fuerte dosis de fe para que los consumidores de esa información crean en algo que ni siquiera creen sus propios emisores.

ESTA COSTUMBRE no es fruto de la casualidad ni de la malévola pero legítima intención de los discursistas, sino de la permisividad de los propios ciudadanos que hemos tirado la toalla y tras unos años de "mayor rebelión social" hemos vuelto a claudicar en el intento de influir en la toma de decisiones del Parlamento.

Al comienzo de la crisis y durante su desarrollo, los más optimistas siempre hablaron de aprovechar el momento para cambiar las cosas. Como si de volver a nacer se tratara. Pero todo lo contrario, por ahora muchos han desistido en el intento de corregir los fallos estructurales de nuestra democracia. Y en estos días en los que se escucha con altavoces la salida de la recesión, los análisis retrospectivos ya cuentan que más allá de mejorar o mantenernos, la situación ha ido a peor.

Parafraseando la lógica discursiva de la ministra Báñez o de Montoro , hemos evolucionado en negativo y hemos ganado en libertad de elección. Ahora podemos sacrificar nuestros proyectos personales tanto aquí como en el extranjero.

Pero esas mini-señales positivas de la macroeconomía no deberían relajar el interés de la sociedad por desbancarse de los derechos sociales y laborales que no hace mucho disfrutamos y actualmente parecen denostados si se intentan reivindicar. Un proyecto de vida basado en un trabajo estable, una educación para los hijos y una porción de ocio razonable no deberían estar reñidos con ninguna prioridad de la mercadotecnia financiera. Al menos, no deberíamos permitirlo.

NUNCA ES TARDE para indicar el rumbo que como ciudadanos deseamos tomar. Y aunque la siguiente orden protocolaria tenga que esperar hasta 2015, no es de recibo que durante la travesía actual los oradores de la política se conviertan en ventrilocuos poniendo voz a los ciudadanos y adelantando según sus pretensiones el voto de los electores. Arrastrar con la fuerza de la mayoría fue costumbre en tiempos mucho menos democrátivos. Por cierto, existe un Instituto de Estadística de Extremadura que cada cierto tiempo podría ocuparse de contrastar a pie de calle lo atinado de esas afirmaciones y de paso cumplir con el plan de Estadística 2013-2016. A ver si se corresponden con los 170.000 parados, 8.000 solicitantes de renta básica, 400.000 en situación de vulnerabilidad, el 36% de los extremeños bajo el umbral de la pobreza o en términos generales con un empobrecimiento de toda la clase media en Extremadura, por ejemplo.