TDtesde que se produjo la polémica por la publicación de unas caricaturas de Mahoma en un diario danés no tenemos noticia de que ningún dibujante de algún medio importante haya vuelto a atreverse a hacer algo semejante. De haberlo hecho, lo habríamos sabido. Las manifestaciones, la quema de banderas, las amenazas de muerte a los dibujantes y a los representantes políticos de aquel país, parece que surtieron efecto. El silencio. La autocensura generada por el miedo.

Ahora la pera de Berlín ha decidido suspender la representación de Idomeneo, de Mozart , en una versión que culmina con una escena en la que el protagonista decapita a su hijo, Poseidón, y a Jesucristo, Buda y Mahoma. Este final no lo imaginó Mozart, es fruto de la imaginación del responsable del montaje, Hans Neunfels .

La Policía alemana ha advertido de que podrían darse alteraciones si la obra se representaba y la directora de la pera de Berlín, Kirsten Harms , ha decidido retirarla del cartel porque temía que los musulmanes se sintieran heridos y para preservar la seguridad de sus empleados y de las 2.000 personas que caben en el teatro.

Varias cosas llaman la atención. Una: se decapita a Jesucristo, Buda y Mahoma pero sólo preocupa herir la sensibilidad de los musulmanes. Dos: se prohíbe ahora un montaje que ya fue estrenado en diciembre de 2003 y se representó durante seis meses sin levantar polémica, sin que hubiera amenazas serias que obligaran a tomar medida alguna. Dado que la obra no ha cambiado, parece que lo que ha cambiado es el ambiente, esta especie de polvorín que habitamos susceptible de ser incendiado por la mínima chispa.

Con el asunto de las caricaturas se suscitó un vivo debate sobre los límites de la libertad de expresión, que se ha reavivado ahora. Sería conveniente abrir uno paralelo sobre los límites de los límites de la libertad de expresión, que también existen, y los más evidentes son los de la coacción y la amenaza. Con la suspensión de domeneo nos hemos superado. La decapitación de los profetas forma parte de la ficción, pero la decapitación de la obra constituye una realidad preocupante. Afecta al creador, afecta a los espectadores que deseaban verla y afecta a un mundo crecientemente constreñido por el miedo a ofender, no a los musulmanes, sino a los violentos. Esta censura preventiva aplicada por la pera de Berlín constituye una nueva victoria para ellos. Y la pregunta es obvia. ¿Cuántas cosas tendremos que seguir hipotecando para no despertar a la bestia?

*Periodista