Quisiera oír, pero tiendo, en campaña, a la sordera. Tanto agujero negro del entendimiento me aturde. Mañana y tarde. No tuvimos bastante con una, que ya está al caer otra. Como si no hubiera mañana. Duro y dale. Días de campaña donde todo anuncia el invierno. Como si el mañana colgara de un árbol con una soga abrochada cuello.

Quisiera oír, pero no les oigo. En el estruendo no les oigo, no. Tengo por los partidos cierto desapego. Un desapego tamaño clavicordio de casa bien. Cierto desprecio, o quizá debiera decir, quizá mejor, cierto desaprecio. Los partidos son amores de conveniencia. A los buenos capan y a los malos envalentonan. ¿Partidos? No les oigo, pero les veo danzar como odaliscas delante de mis ojos perdidos, ausentes y ahorcados de esperanzas.

Quisiera oír, pero va a ser que no. Que entre tanto fuego de artificio no se oye hablar a los corazones limpios. ¿Qué ha sido de nosotros? ¿Qué desierto nos espera? ¡Qué noche tan larga la que se va echando! Noche oscura, noche estrecha,… huérfana de amaneceres.

Quisiera oír las manos tendidas, pero seguimos en campaña. Y otra. Otra. Y otra vez que me anida dentro la desesperanza de España. De su unidad. De la unidad de sus tierras y sus gentes. ¿Habrá algún día una empresa común para los españoles? ¿Será posible, por encima de las divisiones engendradas por los partidos políticos, servir a España sin tener antes que servirles a ellos? Servir, renunciar,… ¿Será posible algún día? ¿Acaso merecen nuestros votos?

Quisiera, pero solo alcanzo a medio ver por el ojo de una aguja. Veo poco y mal. Veo que, mientras los políticos se apiñan en sus círculos, los míos y los tuyos, nadie viene a pedirnos el sacrificio de vivir en el eterno combate de España. Por España. Por los españoles. Hoy, España es, en lo político, un almacén de retales. De medias verdades. De conveniencias. De intereses. De partidismos. De partidos.

Quisiera oír, pero no les oigo.

Quisiera, pero no. No veo la bandera alzada, ni la empresa común. España se rompe. España, desgraciadamente, ya está rota. Está rota porque donde había amores han crecido odios. Porque no es una. Porque al orgullo de servir al bien común se lo ha comido el monstruo puerco y sucio de la gangrena nacionalista.

Quisiera oír, pero falta amor, sentido común y valor cívico para elevar la voz. Frente al choque de trenes es urgente altura de miras. Los españoles, equivocados o acertados, han votado. Han ganado los unos. De ellos es el mando. Así sea. Que no tengan que mendigar un voto en el Congreso. Que ni compren, ni vendan. Pero no oigo decir: ¡sí aquí están mis diputados para lo que sea menester! España sigue partida en dos mitades enfrentadas. Izquierdas y derechas. Dos monstruos, fieros y fuertes, enfrentados hasta nuestra total asfixia.

Quisiera oír -en este trance de España- que los que han perdido se pongan al servicio de los que han ganado. Que ofrezcan lo que esté en sus manos ofrecer. Que si en un futuro el gobierno necesita -para defender la unidad de España- un puñado de votos, los tenga. Porque el patriotismo, como el valor, no está en la fanfarronada. Ni en el alboroto de taberna. Si hay que renunciar a lo menos por lo más, se renuncia. O así debería ser,… o quisiera yo que fuera.

Quisiera oír que los votos no son de los partidos, sino de todos. Quizá por eso no voté. No voto porque no quiero que mi voto sea de nadie contra nadie. No voto porque yo solito me voy vacunando contra las decepciones. No voto porque no quiero victorias sin alas. Alas de España, solamente quiero. Las que quiero oír batir. Porque quisiera oír que a mis manos no les han cortado las caricias. Por España. Todo por España.