Tengo la sensación de que la nueva transformación global nos exige tomar conciencia y empezar (igual que los niños de párvulos) a aprender nuevos esquemas mentales y nuevas formas de conducta. Sin la capacidad de acelerar el proceso, lo único que vamos a tener es miedo y falta de flexibilidad. Pienso que el ser humano debe esforzarse en defender con grandeza todas las circunstancias y por supuesto saber reaccionar. Para entender lo que está pasando es preciso (opinión subjetiva) un sistema racional totalmente nuevo. Por absurdo que parezca, creo, que es el momento de olvidar lo aprendido, y sin ingenuidad, hacerle frente a la nueva manera de vivir. Acentuar el ayer es no darle derecho al hoy. El retroceso, aunque solo sea recuerdo, no suele ser amigo de la aceptación. Por lo tanto, concentramos nuestras energías en construir nuevos sistemas emocionales y trabajemos estrictamente en aprender nuevas conductas.

El concepto básico de normalidad, ahora no nos vale de nada, bueno sí (en términos simples) para debilitarnos y no conseguir nuestro objetivo.

Díganme, ¿de qué sirve a día de hoy lo aprendido durante una vida? Hagan memoria (sonrío) todo lo que antes era evidencia de buena educación, ahora es lo contrario. Anda qué... ¿Quién nos iba a decir que íbamos a saludarnos a grito pelao en la calle? Y así con todo; jamás me imaginé formar parte de un mundo que no discurre junto a la cercanía, pero ya ven (la situación es la que es) y es absurdo renegar de ella. Los pensamientos comparativos son fabricantes de discordia; todos tienen la misma condición: plantear las cosas más allá del yo y tocar las narices. Podemos concebir la vida de muchas formas, indiscutiblemente, pero jamás con resignación.

Todo lo nuevo tiende a dar pavor. El tiempo, la mayoría de las veces absuelve al miedo y desaparece junto a la costumbre. Pronto, podremos ejecutar el borrador que a día de hoy estamos escribiendo, y con entereza debemos de enfrentarnos a todo. Hace pocos días, caminando por la calle, escuché a una persona decir: «mientras la cosa no mejore, no iré a ningún bar ni restaurante». Pensando así, ¿saben lo qué sucederá?, muy simple: España dejará de ser el instinto de alegría que nos caracteriza y nos convertiremos en el escombro del miedo. No, no podemos dejar morir nuestros bares, restaurantes y lugares de ocio. El temor, siempre tiene un punto de vista egoísta; debemos pensar desinteresadamente en todos los profesionales de la hostelería, y devolverle con gratitud, todo lo que en su día hicieron por nosotros. Los camareros, siempre fueron la transparencia «arrodillada» a nuestro disposición. La mayoría de ellos supieron amortiguar nuestros malos días con una sonrisa. ¿Y ahora qué? Sí, toca ser alegoría que no se turba por nada y aprende a cambiar el temor por amor. No sé ustedes, pero yo, me niego a no vibrar cada día por el efecto del miedo... H*Escritora.