TNto pudo ser pero fue. Fue que Portugal se vistió de entusiasmo, supo organizar un gran acontecimiento deportivo sin fallos, se ilusionó con su selección y llegó a la final. Ganó Grecia pero da igual. Ganó un país, Portugal, aunque la Copa fuera para otra selección, Grecia. ¡Qué alegría da ver a Portugal alegre! Ya sé que mucho del encanto luso, de su indefinible belleza, radica en lo contrario, en la tristeza. Un fado nunca es alegre, un atardecer en Alfama, tampoco. Pero ambos, fado y Alfama, se te incrustan en el corazón con fuerza arrebatadora.

¡Qué alegría es ver a nuestros hermanos portugueses lanzar vítores, llenar sus calles de claveles rojos y banderas! Cuando Portugal ha salido a la calle con claveles y banderas ha sido siempre para bien. Hace veinticinco años sus colores saludaban a la libertad y Portugal entraba en el mundo civilizado. Ahora saludan a la derrota con honra y parecen más helénicos que los mismísimos griegos. Si perder es difícil, Portugal lo convierte en un arte y en una gesta.

Sin embargo hay algo en estas jornadas lusitanas que me preocupa. Oí a un portugués decir que después de la Eurocopa se acabó Portugal. Visión pesimista que debe ser despejada por los resultados de esta gran campaña promocional que ha tenido al fútbol como excusa. No habrán ganado el trofeo pero sus costas, sus ciudades, su gastronomía y toda su capacidad turística, se han puesto en un escaparate privilegiado. Ojalá y el reclamo tenga éxito.

Por ellos, porque se lo merecen, porque son un gran país y porque Badajoz está sólo a cuatro kilómetros de sus tierras y aunque poco, se nos veía a lo lejos cuando sacaban el escaparate por la tele.

*Dramaturgo