Hubo incluso un confidencial digital que mantuvo durante más de 30 minutos la ´exclusiva´ de la salida de Solbes del Gobierno, junto con las ministras de la Vivienda, Cultura y el ministro de Administraciones Públicas. Y es que en las primeras horas del viernes corrió cual liebre desbocada el rumor de que Pedro Solbes, vicepresidente económico del Gobierno, había al fin arrojado la toalla.

Siendo cierta la molestia íntima del tranquilo Solbes, no es cierto, me dicen, que haya arrojado la toalla. Ha tenido muchas ocasiones, quizá más justificadas, para hacerlo a lo largo de una Legislatura en la que le han dejado bastante de lado. Y así ocurrió lo que ocurrió. Por ejemplo, con los intentos de sacar a Francisco González de la presidencia del BBVA, que hubo de frenarlos, ´in extremis´, un Solbes que nada tuvo que ver con los orígenes del malhadado asunto y que apenas procura no hacer ruido y ser eficaz. O sucedió igualmente con el culebrón de las opas múltiples sobre Endesa, un ´affaire´ visto con horror indescriptible desde el caserón de la calle de Alcalá en el que, bajo un retrato de Goya, suele desempeñar sus afanes el vicepresidente segundo del Ejecutivo de ZP.

Resulta curioso que Zapatero se haya deshecho de todos sus asesores económicos pretéritos: Jordi Sevilla, Miguel Sebastián y, próximamente, se supone, Solbes. ¿Quién queda, quién dicta al presidente las últimas iniciativas, como esos 2.500 euros por bebé? ¿El bastante clandestino director de la oficina de Planificación Económica de La Moncloa, David Taguas, sucesor del despeñado Sebastián? No parece. El caso es que, en estos momentos de euforia y de sacar conejos de la chistera, el presidente tendría que recordar que sus mejores activos parecen empezar a sentir incomodidad, o quizá vértigo, ante la velocidad -excesiva- que la locomotora adquiere en algunos tramos, dando la impresión de que el maquinista ha perdido, si la tuvo, la hoja de ruta.