Hay quien dice que no eres de donde naces, sino de donde paces. Y lo de pacer va en sentido literal por algunos, ovejos de dos patas, que con su estrechez de miras son incapaces de apreciar las similitudes sin engrandecer las diferencias, y que creen que el hecho de un parto en un lugar y no en otro te confiere unas cualidades casi místicas.

Supongo que la teoría del nacionalismo excluyente se basa no tanto en lo que eres como en lo que pretendes que no son los demás; es decir: no vales por lo que eres, sino por lo que te diferencia de los otros.

Y eso se esfuerzan en hacer nuestros políticos, en querer enfrentarnos con el argumento de que una línea que se trazó en algún momento hace que se te clasifique como andaluz, gallego, riojano o canario, y que esa línea te ponga en la categoría de ciudadano de primera o de segunda. Porque no se engañen: a pesar de lo que diga la Constitución, no todos los españoles somos iguales. El estado de las autonomías ha conseguido que, por ejemplo, funcionarios del mismo cuerpo con el mismo trabajo no perciban el mismo sueldo, o que en unas partes de España la sanidad cubra algunas vacunas que en otras zonas tienes que pagar.

La única comunidad con dos provincias es Extremadura, y ahí también se nota una clara supremacía de la sureña frente a la otra en inversiones por parte de la Junta autonómica, porque históricamente el poder estaba en manos de políticos pacenses.

Así que ya lo saben: quien tiene los escaños regatea, juega con ventaja y se aprovecha, y hace valer su fuerza logrando para sus ciudadanos prebendas que a otros les son negadas. A lo mejor es tiempo de levantar la voz y decir que las desigualdades dentro del mismo país no son aceptables, que es de vergüenza tener 17 sistemas fiscales, sanitarios o educativos en los que cada uno busca su beneficio, y que en el caso extremeño, los del norte queremos, como mínimo, lo que los pacenses consiguen gracias a unos políticos más generosos con la provincia que les vio nacer.