No somos imparables

Miriam Barroso

El tiempo se ha detenido. La exponencial y vertiginosa velocidad con la que vivimos se ha congelado. El mundo ha dejado de girar. O eso parece. ¿Alguien podía prever una situación así? ¿Que un virus podría paralizar el mundo entero? ¿Que nuestra invencible sociedad podría verse afectada? ¿Que, sorprendentemente, o quizá no tanto, podríamos ser tan fácilmente avasallados, reducidos, simple y llanamente, al confinamiento? Sin duda, es un hecho que se ganará un hueco en los libros de historia porque nos ha dado ya una gran lección: no somos imparables. No somos las máquinas que nos quieren hacer creer, que nadie ni nada las frena, ni dan traspiés y que no descansan un solo minuto. Tampoco somos dioses del Olimpo, inmunes a todo. La historia de la humanidad así nos lo demuestra una y otra vez. Cuanta más soberbia, tanto más estrepitosa y colosal es la caída. Porque por desgracia, o bendición, somos sencilla y extraordinariamente humanos. Nuestra humanidad bien aprovechada y enfocada es una maravillosa locura. Lo que somos capaces de sentir, hacer y dar a los demás, sobre todo en estas circunstancias, es algo asombroso. Como se suele decir, de lo peor siempre brota algo mejor. De estas épocas de crisis siempre han nacido genios, artistas, científicos, formidables profesionales y verdaderos héroes sin capa. Y esta vez no es diferente. Esta etapa pasará, la afrontaremos con imaginación y más humanidad, que no están en paro. Con más creatividad y servicio, más entrega y generosidad. La unión, se dice, hace la fuerza. No desaprovechemos esta oportunidad no escogida ni buscada, pero inevitable, para sosegar el trote o galope al que vamos. Aprovechemos para desconectar y conectar con los que más cerca tenemos que, paradójicamente, son los que a veces más olvidados están. La familia. Ahora tenemos tiempo para volvernos más humanos.

ALARMA SANITARIA

Calma chicha

Rosa López Casero

Coria

En mi vida nunca he visto las calles y pueblos tan desiertos. Solo en alguna película. Pero ahora es una realidad que nos amenaza.

El panorama es poco halagüeño. Cada día se me arruga el estómago al escuchar que el número de infectados por el coronavirus se ha duplicado. Da espanto ver en casi toda España el incremento galopante de casos positivos, muertes, pueblos en cuarentena, hospitales repletos de enfermos, personal sanitario insuficiente, luchando denodadamente para atender a tanto infectado.

Los españoles hemos dado muestras de ser responsables y solidarios. Y nos hemos recluido en casa. Es una forma nueva de convivir en familia, algunos en poco espacio. También lo pasarán peor las personas que vivan solas. Se debe ver el lado positivo de esta reclusión y aprovechar para comunicarse más los miembros de la familia, jugar con los hijos.

La mayoría pensará que a ellos no les va a ocurrir.

Ante un atraco, un secuestro, un intento de violación, las víctimas reaccionan como nosotros ahora, viven cada momento presente, van adaptándose a cada tiempo según transcurre, sin ser capaces de adivinar el final.

Algunos han querido relacionar este ataque viral con una profecía de Nostradamus de 1555. Según esta, una catástrofe viral procedente de oriente ocurriría en el año de los gemelos 20-20.

Aunque la calma chicha no indica nada bueno sino más bien una inquietante espera, no quiero ser tremendista, al contrario. Soy optimista y creo que, como todo en la vida, esto pasará.

Prefiero pensar así en vez de en un final catastrófico como el de ciertas novelas apocalípticas. En algunas, por cierto, la Humanidad desaparece de la faz de la Tierra a causa de un virus.

Con la responsabilidad de todos, con las medidas prescritas (aunque no entiendo que las peluquerías sean de primera necesidad, ni que los bancos abran si todo el mundo dispone de tarjetas o libretas), la población vencerá al ya famoso covid-19 y, aunque tardaremos en volver a los niveles de bienestar que teníamos hace solo unos meses, se restablecerá la normalidad.

Y entonces, sabremos valorar la importancia de un paseo, de una reunión, de un abrazo.