Yo ya no apagué la luz. Esta vez no. El planteamiento de la cosa tenía cara ecologista, pero el pensamiento es libre y me dio por pensar. Pensé en esas bombillas de bajo consumo, más caras y frágiles. De cuyo coste en energía, agua y materiales o procesos potencialmente contaminantes nadie chista. De uso obligado por decreto y sin elección. Pensé en esos electrodomésticos eficientes que consumen menos agua y electricidad en su funcionamiento pero sin saber qué inocuos son los procesos o componentes para fabricarlos. Pensé en esas pantallas extraplanas con peor color, definición, contraste y brillo que las catódicas; deformadoras de imagen, pero compatibles con la TDT obligatoria también por decreto y sin elección. Pensé en esos cargadores, baterías, teléfonos, ordenadores y todo tipo de quincalla informático digital para fomento de la comunicación y los ingresos de multinacionales por decreto y adicción. Pensé que esos productos, que tanto contribuyen al desarrollo humano, requieren litio, coltán y otras materias primas cuya obtención reduce a la esclavitud y explotación nada humanos a miles de personas en Bolivia, Brasil, Chile, Congo. Pensé que en las factorías de occidente y oriente donde se manufacturan estos bienes de equipo se programan las mejores horas de las vidas de sus obreros, su actividad, pensamiento, salud y rendimiento, a cambio de sueldos ajustados a su mera subsistencia como mano de obra y consumidores. Pensé que, en última instancia, accionistas y ejecutivos de esas empresas son quienes se benefician de la riqueza que genera todo este entramado de explotación. Tanto pensar esta vez no me sumé al apagón multitudinario para ser un ciudadano guay. No me considero especial pero me siento bien. Tanto que ya proyecto alargar mis espartanas duchas o volver a tirar mi basura en una sola bolsa.

Francisco Ruiz Arroyo **

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