No me entusiasma precisamente la forma en que Pedro Sánchez da a conocer sus gobiernos, por goteo, en una escalada de filtraciones, que por sí misma en la continuidad puede llevar a cierto desinterés. No nos engañemos, nuestra capacidad de atención, y ganas de estar pendientes de las noticias políticas, es limitada, normalmente excesiva, y a la tercera o cuarta filtración la posibilidad de sorpresa es nula.

Es la práctica en la nueva era, la sanchista desde 2018, en una ruptura con toda la tradición política española, y que se sigue conservando en los gobiernos autonómicos, de guardar la confidencialidad, ser discretos, y mostrar toda la baraja entera sobre la mesa; es más, la norma de todo buen gobernante celoso de su poder exclusivo presidencial es, a la menor filtración, descartar el nombramiento.

Ni Juan Carlos Rodríguez Ibarra, ni Guillermo Fernández Vara en sus dos etapas, ni José Antonio Monago en la suya, fueron tan frívolos, diría yo, e insustanciales, como para pretender ocupar tanto los titulares de los medios de comunicación, con esas píldoras de nombres que se van soltando desde la Moncloa, en una cierta perversión de la relación poder-periodismo que pone al segundo al servicio del primero en una trampa peligrosa.

Una trampa y frivolidad que transmite la idea de que solo hay nombres, personas, los estrellatos, y no un programa coherente y sensato de gobierno que es aún más exigible cuando de una coalición novedosa, y arriesgada dado los antecedentes, se trata.

Sinceramente, me da relativamente igual quiénes sean los vicepresidentes/tas y ministros/as, prefiero a un presidente del Gobierno presentando el conjunto aunado bajo unas ideas y principios y propósitos claros, que el fasciculeo de titulares y portadas, explicaciones y suposiciones, sospechas, que no equivale precisamente a un gran comienzo.

Han de mirarse al espejo este presidente reelegido, y su aliado Pablo Iglesias, para que se den cuenta de que llevamos más de un año perdido, un año de provisionalidades en funciones desde que los amigos del ‘no’, unos en espera de alcanzar sillón, y otros como amantes del ‘cuanto peor, mejor’, pero no se sabe para qué, tumbaron el proyecto de Ley de Presupuestos 2019.

Muchos meses sin tomar las decisiones aplazadas, muchos colectivos esperando que se haga política en el sentido de poner prioridades, muchas incertidumbres en un desgobierno que favorece a mercados y mercaderes, que no dejan de funcionar, a base de sus intereses, las 24 horas del día como la Bolsa continua de valores.

NO SON DÍAS de marear la perdiz con este ‘Sálvame’ de la política -me quiere, no me quiere, sigo, no sigo- empeorado por una circunstancias de coalición en que uno de los socios, Unidas Podemos, no tiene experiencia alguna de poder y parece ir por libre goteando con sus propios nombramientos como si en realidad fueron dos gobiernos paralelos.

Es hora de presentar planes, detallar presupuestos, preparar las cuentas generales del Estado 2020 que son la traducción en el BOE, con números, columnas y anualidades, del nuevo programa político de la izquierda llegada al poder. Señores Sánchez e Iglesias, déjense del couché de las fotos, del primer, segundo y hasta tercer escalón de la administración política, y pónganse manos a la obra, que es mucha.

Es lo que debemos reclamar también los periodistas, y no el ‘alpiste’ diario, o por horas, de nombres, cargos y caras, que aunque es algo que siempre nos ha gustado, lo de hacer ‘quinielas’, no puede convertirse en lo sustancial de nuestro trabajo como intermediarios de la opinión pública. Con esa administración del alimento periodístico, las noticias, la política nos distrae del trabajo de profundidad e interpretación.

Es como si España hubiera quedado hibernada, desde 2016, va ya para cuatro años, y nadie se atreve a tomar decisión alguna.

* Periodista