Estamos en shock, dicen los amigos de Israel Miranda, el hombre que presuntamente quitó la vida a su mujer y a sus dos hijas en La Orotava.

Era un tipo bonachón, una buenísima persona, un buen tipo, insisten, mientras tratan de buscar una explicación, una escapatoria para no pensar que pueda ser su amigo, un hombre normal, quien preparó la escena del crimen, asfixió a sus hijas, estranguló a su mujer después de hacerle ingerir algún tóxico y luego se quitó la vida. Todo presuntamente, por supuesto.

Era un caballero andante con las mujeres, reiteran. Un enamorado de su esposa. Y de nuevo, la negación. Es imposible que él hiciera nada por sí mismo. Le obligaron. Lo pactaron.

La negación imponiéndose a la imagen atroz de dos niñas asfixiadas, vestidas sobre la cama como si estuvieran dormidas. La visión terrible de una mujer estrangulada, y un perro, como elemento de decoración, para completar la imagen congelada de una familia supuestamente feliz.

De fondo, ahorcado con un sistema de nudos que ha preparado con antelación, Israel Miranda, el defensor de las amigas, la persona normal para la que sus amigos no encuentran explicación. Luego, detrás de las cámaras, al otro lado de la noticia, imagino que empezarán a buscar pistas, aunque sea sin darse cuenta.

A indagar en aquellas veces, esa tarde, esa mirada, si es que la hubo. Igual que nosotros. La conciencia pide a gritos adormecerse de nuevo. Un tipo bonachón no se levanta un día y mata a su mujer y a sus hijas y se suicida dejando una nota cargada de reproches. O sí, y no queremos creerlo. O a lo mejor la bondad escondía el horror y la casa entera era un decorado donde se representaba una tragedia diaria.

Buscamos justificación, nos encantan las excusas. Pero la tranquilidad no puede comprarse a precio de mentiras. No se puede justificar un crimen, tratar de encontrar explicación a un estallido de violencia.

Estamos en shock, dicen los amigos. No dudo de que sea cierto, pero sí dudo de que una persona violenta, un asesino en potencia que se crea dueño y señor de su familia, no haya dejado alguna señal, un gesto, una voz más alta que otra. Nadie puede defender para siempre una impostura. Querríamos creer en la normalidad, pero la normalidad también esconde monstruos. No podemos opinar de lo que no conocemos, pero existen los tipos bonachones que un día cualquiera abandonan la piel de cordero y dejan salir al lobo, sin otra justificación posible que la de que siempre lo llevaron dentro.