Las protestas contra el Gobierno hay que entenderlas como la vuelta a la normalidad. Las podía haber iniciado la izquierda en el barrio de Los Domingos Rojos de Marinaleda (Sevilla) como las ha iniciado la derecha en el barrio de Salamanca de Madrid, explicitando la suerte que tiene Casado de no ser Sánchez, es decir, de no tener que ser presidente a la hora y en la hora de este ahora, amén, y subrayando la feliz experiencia de la derecha, que vive estos días entre manifestaciones y escraches. La única diferencia entre protestas habría sido el sonido de las cacerolas, más basto y potente contra Casado, seguramente, por ser de acero inoxidable, las cacerolas. Pero el motivo de las protestas de la izquierda habría sido el mismo: el estado de alarma.

Las protestas no suponen la vuelta a la normalidad porque la exija, sino que son la normalidad, con sus consignas, sus banderas, sus megáfonos, su cordón policial. Y solo tienen sentido contra el estado de alarma, claro, que ha sido la medida política de la crisis. Desde luego, no contra el virus, por ejemplo, en tanto que bichito, en tanto que ser vivo: contra el virus solo cabe protestar hacia dentro, como penitencia, sea dejándose la barba, negándose a comer pangolín o haciéndose una foto cada día. Las protestas solo tienen sentido contra el estado de alarma y solo lo tienen ahora, cuando el Gobierno sigue prorrogándolo. Porque cuando el virus impuso su miedo, el estado de alarma no solo fue bien recibido sino que se exigía la obligación y el cumplimiento de la cuarentena, en la seguridad de que así se evitaban contagios. Y, naturalmente, nadie protestó. Solo ahora. Solo ahora se protesta. ¿Por continuar con las prórrogas? Una verdadera protesta contra el Gobierno en nombre de la libertad debe aplicar las protestas retrospectivamente contra el estado de alarma inicial, argumentando que solo ha supuesto el encierro de los ciudadanos y la ruina del país, desde el primer día.

Si la falta de normalidad es un gobierno que no sea culpable de nada, ni siquiera sospechoso, porque el ciudadano no exista, asustado, paralizado como en este caso por la epidemia, la confirmación de la normalidad es que el Gobierno, con estas protestas, vuelve a ser lo que debe ser siempre: el lugar -común- donde el ciudadano se descarga. Al modo italiano: «Piove, porco governo!».

*Funcionario.