TEtstá visto que cuando los pueblos se aíslan y no establecen vínculos con otros pueblos, este aislamiento suele repercutir en toda la ciudadanía. Y las familias separadas tan en boga hoy, también se convierten en un problema social. Injertada la inseguridad afectiva en las personas, nadie se fía de nadie, porque el sentido del compromiso queda sin valor alguno. De igual modo, todos los Estados del mundo debieran prestar más atención a la moralidad pública, para que no se ponga de moda un ambiente social irrespetuoso como el que ahoga al planeta. Si no se repercuten unas normas éticas mínimas es imposible una digna convivencia humana. Hay que globalizar un consenso básico moral para que las sociedades florezcan más equitativas y extender la educación por todo el globo. Incluso en situaciones de conflicto, no se pueden poner cerrojos a la enseñanza, los poderes inyectarán instrucciones humanizadoras huyendo de la frecuente tentación de responder a la violencia con la violencia.

Dicho lo anterior, adquirir desde niños tales o cuales costumbres no tiene poca importancia: tiene una importancia categórica. Odiar a alguien sería otorgarle demasiada importancia a alguien y, sin embargo, es pandemia mundial. Debemos, pues, imponer con urgencia el estilo humano, que nada tiene que ver con el estilo mercantilista actual que soportan las personas de aquí y de allá. Urge, desde luego, cambiar el tanto tienes tanto vales, por el tanto sirves tanto haces. Acertada brújula para tomar orientación y conciencia crítica. La diligencia de servir es lo verdaderamente significativo. En ocasiones, todo parece lo contrario, es el caso de muchos políticos que han hecho de la política el arte de servirse de los ciudadanos haciéndoles creer que se les sirve a ellos. Hay cuestiones que debieran tener repercusión inmediata. Al menor indicio de corrupción, el político debería quedar inhabilitado. Caiga quien caiga.

Al final, también son los pueblos los que ponen una nota de esperanza. En este sentido, imprimo esta gozosa noticia: cuatro de cada cinco europeos declaran que tienen en cuenta las repercusiones en el medio ambiente de los productos que compran. Por algo se empieza. Que continúe el raciocinio imponiéndose, aunque nos asuste, sobre todo a los dominadores dictatoriales, que a veces también se esconden tras imperiosas firmas comerciales. Ya está bien de que todo se compre y se venda. Hasta las personas.