La segunda sesión de investidura de Mariano Rajoy acabó como estaba previsto, con el no del Parlamento al candidato popular, a falta de que el sábado la abstención del PSOE -adopte la forma que adopte- aúpe a la presidencia al líder conservador. El turno de réplicas y contrarréplicas sirvió para que Rajoy marcara a la oposición el terreno de juego en el cual quiere que se desarrolle la legislatura. La mano tendida de Rajoy -obligada por la aritmética parlamentaria- no es un camino hacia lo que el futuro presidente del Gobierno llamó «contrarreformas».

En sus intervenciones, el candidato marcó con claridad al menos dos líneas rojas: las reformas económicas, como la del mercado de trabajo -«Se pueden hacer cambios razonables, pero no revertir la política económica»- y su postura inmovilista ante el proceso soberanista en Cataluña, como demostró en su intercambio con Joan Tardà y Francesc Homs, de nuevo un diálogo para sordos. Rajoy advertía así, sobre todo a Ciudadanos y PSOE, de que pese a que su mayoría no le alcanza para gobernar en solitario, su posición es la más sólida del hemiciclo. Su primera concesión, la reválida, en realidad forma parte de su acuerdo con Albert Rivera.

En este sentido, la intervención más difícil fue la del portavoz socialista, Antonio Hernando. Exnúmero dos de Pedro Sánchez y hasta anteayer ferviente defensor del no es no, a Hernando le tocó defender la abstención de su partido (del sábado, no de ayer) como un «servicio a España». Cuesta ver cómo logrará el PSOE marcar la acción de Gobierno del PP. Antes debe recuperarse de un enfrentamiento interno al que le falta el último capítulo, que es ver quién se abstendrá y quién no en la votación del sábado.

Rivera, pese a que sigue jugando con la incomodidad que dice que le supone su pacto con el PP, se mostró más duro con Podemos que con Rajoy. Esta es una situación que beneficia a Pablo Iglesias, quien con su habitual estilo mitinero se arrogó el papel de única oposición real y buscó el cuerpo a cuerpo con Rajoy, lo que sin duda será una constante de la legislatura. El fugaz abandono del hemiciclo de los diputados de Podemos cuando la presidenta del Congreso no le concedió la palabra a Iglesias augura futuros gestos efectistas y estériles, más propios de la agitación social que de la tarea legislativa. No solo Rajoy utilizó la sesión para marcar el terreno.